Mi amigo Yulian

Yulian anda por el mundo como si
estuviera en otro. Mira con una inocencia marchita por sus cuarenta años que ha
vivido, sin darse cuenta que los vivió, de una vez y para siempre, como si su
vida se hubiera extinguido en el momento mismo en que su madre decidió sacarlo
de allí, a esta realidad. Sus movimientos pesan de solo mirarle, se trasladan
de la calle a los ojos de quienes, por casualidad, se detienen a observarlo. Es
un hombre normal si nadie lo nota y es un hombre especial cuando las personas
se percatan de que existe. Es una paloma sin alas que arrastra la tristeza de
la vida que le tocó en suerte, aquella que nos dice a los otros quiénes somos,
porque su bondad no tiene adjetivos. Tal vez es una equivocación de la
naturaleza, o tal vez es la generosidad de la existencia, obsequiada a
nosotros, los que vivimos precavidos, llenos de angustia por el ataque del
otro, nosotros que salimos del paraíso
un día para no regresar jamás.
Yulian sale de su casa a
cualquier hora del día, no dice para dónde va, se despide entre dientes de su
mamá o de su domesticado padre. Se va. Vuelve cuando la insensatez de las
personas le recuerda que él es una oveja lista para el sacrificio. Visita a la
muchacha que ha decidido brindarle algo de cariño porque ella se ha dado cuenta
que el cariño es un mendrugo de pan que no se le niega a nadie. La llena de
presentes delicadamente escogidos pese a que aquella señorita no entiende qué le ha regalado aquel caballero salido de
una historia rusa. Y si alguna vez, le molestaba su presencia ella sabe que el
vacío y el dolor del rechazo que Yulian carga puede encontrase a la vuelta de la
esquina o quizás no encontrarse nunca y esa desgracia es la misma desgracia que
llena la vida de miles de individuos que transitan por el mundo en la más insana
de las tinieblas. La quiere, la quiere con novio y todo. Ante su fracaso
anunciado se refugia en un sentimiento de cariño que no es otra cosa que la
necesidad de afecto, inexistente en él desde tiempos ajenos que se la legaron a
él y que soporta con el dolor de saberse solo. La llama, la busca, se inventa
citas obligadas con ella y disfruta su
compañía y la de quienes la acompañan, aunque a veces éstas reflejen sus
malestares ante tan extraña presencia,
en ocasiones se refugia en una esquina de una habitación minúscula,
otras, dice algo traído de los cabellos cuando el valor de decirlo sale a la
luz después de muchos esfuerzos por planificar lo que dice. Pero evidentemente
sus palabras dejan atónitos a todos porque carecen de ataduras lógicas. Bebe con
ella y con sus nuevos amigos sin prestar mucha atención al tiempo. Se da cuenta
cada cierto tiempo que su amiga necesita privacidad con ese muchacho desgarbado
y ansioso por llevársela a la cama pero la presencia destemplada de ese joven es un
obstáculo para sus planes. Cuando no se va amanece despierto con unas copitas
de aguardiente en el cuerpo que hacen de su esbelta humanidad, una congestión
de movimientos que luchan por no dirigirse al suelo. Ella lo abraza y ese
abrazo se convierte en la vida toda, es una plenitud que le dura varios días
hasta que sus estados de ánimo lo vayan marchitando hasta enterrarlo en el
suelo de su habitación, de donde no sale en mucho tiempo. Él sabe que el afecto
de esa única muchacha es la reproducción mental de miles de muchachas que lo
han despreciado.
Yulian me regala cosas, busca
películas que yo no he visto, me obsequia libros que son un verdadero tesoro.
Su compañía me agrada. Ahora que me he dado cuenta de que esa paloma que vuela
muy alto a veces aterriza en mi estancia como un regalo de la vida. Pero eso no
siempre fue así. Al principio lo vi como un joven que no tenía las mismas capacidades
que los otros. Me pedía recomendaciones de títulos de películas o de autores de
historia que él quería leer, que podía comprar y leerlos ávidamente en la
soledad de un parque o en su viejo rincón desvencijado por el paso del tiempo.
Me llamaba más a menudo, pero mi interés
sólo residía en los amigos que el frecuentaba, las niñas bonitas que a veces lo frecuentaban, o su desinteresada compañía que llenaba en tardes
de viernes, mi insidiosa soledad. Yo lo rechacé miles de veces. No le
contestaba, no lo buscaba como él a mí, le prometía ciertos datos que
finalmente no le compartía. Yulián se volvió el amigo comodín cuando los otros
amigos míos no se encontraban disponibles para aliviar mi propia desolación.
Pero ahora me hace falta. No es
consumada mi reciprocidad con él pero sus mensajes, sus búsquedas, las recibo
con alegría, porque sé que ante la procacidad de mis experiencias, las de él
son una apología al dolor que proviene de la poca bondad de la vida. Como me
enseñaron en el programa de Antropología, Julián es un “superviviente” de las
muchas beldades que poblaron la tierra en el origen de los tiempos, en que la
nívea cara del hombre no había sido
calcinada por el mal.
En el suelo a veces
piso fuerte

Cenicienta Gustave Doré

Cenicienta Gustave Doré
He lidiado con el tiempo como
quien lidia con un peso que no puede arrastrar, ni en sueños puede arrastrar.
Siempre me ha parecido que la vida no tiene ningún sentido si no la disfrutamos
en algo, si no encontramos algo para hacer que nos divierta hasta en los
momentos más inocuos posibles. Esta ha sido una idea que me ha venido rondando
y que se ha convertido en un dolor constante, sin poderlo reconciliar siquiera
cuando me engaño y cuando me digo que
estoy inmerso en un grupo, que me han dado la oportunidad de pertenecer a algo, pero en el fondo sé que mi desarraigo
es total. Como un mecanismo de defensa ante semejante condición, he podido
fingir una personalidad afable, escondiendo mis verdaderos estados de ánimo,
riendo por fuera y soñando por dentro, huyendo del dolor por simple adaptabilidad
a todo aquello que los demás valoran. Lo cierto es que nunca he sido popular,
sin embargo he podido sobreponerme a mis
propias limitaciones con una gran dosis de mentiras que me inflijo todos los
días y que le muestro al mundo sin sonrojarme porque he entendido que vivir es
vivir con los otros, meterse en el umbral que la realidad ha puesto en un
camino colectivo sin enterarse o negando deliberadamente que algunos individuos
no deseamos estar en ningún grupo. Hay cosas que la sociedad ha venido construyendo
y con las cuales ha contagiado a todos los que vivimos en ella, es imposible
decirle que no a ese maremágnum humano que llaman sociedad, es difícil esparcir
la semilla del aislamiento en cada paso
que damos, porque caminar es un proyecto colectivo, que va surtiendo efecto en
la medida que los kilómetros se agoten en la ruta dejada por otros y que
nosotros, por costumbre, transitamos. Yo soy otro que se refugia de vez en
cuando en el otro por temor a no encajar en el mundo que me han dejado como herencia
quienes han tenido la suerte de vivir primero, de haberse ido a disfrutar de la
nada como quien disfruta de algo… Y es esa sensación de no estar en ningún lado
queriendo aferrarme a un pedazo de vida escanciada por la norma, la que me ha
hecho un camaleón irremediable. No he
traicionado nada, no he falseado ningún ideal porque vivir es un proceso que
encierra grandes niveles de dificultad y no se le puede decir traidor a quien
no cree en lo que debe hacerse, en lo que los prejuicios dictan como un patriarca
al cual no se le puede ripostar. Por el contrario, he vivido mi vida pensando
en que debo ser fiel a mí mismo, mis sentimientos, mis emociones, mis
pensamientos, mis tenues convicciones son experiencias mías y de nadie más, me
debo a ellas como se debe el perro a su
amo y por eso, ladra, ladra, así ladre
solamente a la sombra que le recuerda sus días de yugo…ese es el motivo de mis
inconsistencias, de mis desvaríos, de mis cambios de ánimo tan súbitamente como
el día pasa a ser noche y viceversa.
Por eso el paso del tiempo es un problema para mí, no porque sospeche
siquiera que la vejez algún día habrá de atraparme, cosa que no altera mis días
ni mis noches, sino porque la rapidez con que percibo mis emociones abulta mi
tranquilidad, sino porque la mayoría de las cosas que vivo se han convertido en
una carga, libro una lucha con ellas como si fueran enemigas mías. En el fondo me aterra dejar de disfrutar de
aquello que ha logrado sacarme de este marasmo en que me ha sumido la desazón.
Leo porque a veces me ha dejado pleno una historia, porque un personaje se ha
metido tan profundo en mí y ha podido escarbar un pedazo de alma confundida con
el mundo. Me sumerjo en una imagen como me tiro en las aguas cálidas de un río
que aliviana mi sopor en un pueblo no apto para el pensamiento. Soy un
personaje del mundo que camina entre
personajes creados por otros, que pueden descifrar una partecita mía en
el marasmo de mis confusiones. He decidido refugiarme en el arte mientras hago
lo que debo hacer por pura costumbre de hacerlo. Allí, sólo allí encuentro un poco de paz, en
el falseamiento de la realidad donde las sombras se abren para dar claridad a
las dolencias del hombre. Un secreto se esclarece en la oscuridad de su propio
interior. Allí navego yo, como un alma errabunda por un río oscuro tirado por
un mariscal vencido en combate. Si logro
concentrarme y ponerle un poco de orden a tanto pensamiento desubicado, el
caudal de sensaciones que me embargan, alguna vez habrá consumado algo de
felicidad. No soy un traidor, soy el dado lanzado por un dios impopular en la
inmensa superficie de este mundo. En algún lugar así y de ese lugar me levanto
todos los días para emprender un camino distinto, con la consabida convicción
de que al caer la tarde, habré de volver al mismo sitio.