sábado, 4 de junio de 2022

 

 

Regálame tu alma, yo te doy mi vida

 


De Bille August

 

Quedan pocos directores clásicos en el campo cinematográfico actual. Con “Pelle el conquistador” ya Bille August se había ganado el reconocimiento mundial por la gran cantidad de premios que cosechó. Pero su clasicismo audiovisual plasmado en este filme y en los otros ha sido potenciado por temas que profundizan en la complejidad del alma humana, sin pretensiones filosóficas ostentosas, sino más bien como una apuesta por revitalizar la reflexión como un componente orgánico, por lo tanto, fundamental en la vida del hombre. Sus personajes clásicos, también, no son máquinas rígidas ni estereotipos encorsetados por los estigmas sociales sino hombres y mujeres contradictorios, llenos de temores por un futuro incierto, sabedores de la finitud de sus vidas, pero dispuestos al atrevimiento de probar experiencias que jalonan sus vidas hacia lo desconocido. Esa dualidad entre la estabilidad de lo construido y las circunstancias venideras, pone a los personajes en diatribas que el “destino” va tejiendo a su modo, en donde todo se va hilvanando de modo, a veces impredecible. Ese juego de fuerzas, pone en movimiento la existencia de los vivos en busca del futuro sin perder de vista el pasado. La tradición de lo que ha sido condiciona los momentos por venir, pero no alcanza a determinarlos porque siempre hay un camino de salida, siempre hay opciones por las cuales se puede acceder a la independencia que conduce a la libertad.

“El pacto”, luego de “Pedro el afortunado”, inspecciona el ascenso social de un hombre que se abre paso en el campo literario, en donde ya existen figuras consolidadas. Una de ellas es la escritora danesa, Karen Blixen, la misma que plasmó sus experiencias de safari en “Memorias de África”. En ese momento ella era una celebridad que se convirtió en la más sólida aspirante a obtener el Premio Nobel de Literatura y que apadrinó a un joven poeta de 29 años de nombre Thorkild Bjørnvig con el fin de moldearlo a su medida, como un modesto traje que podría remodelarse hasta lograr con él el más despampanante de todos. Este muchacho tiene una vida organizada, tiene esposa y tiene un hijo y con ello tiene también estabilidad emocional, pero la baronesa Blixen juzga que eso no es suficiente. Lo busca, se vuelve su mecenas, le da consejos poco sui generis, le abre la mente con el fin de que despliegue su talento creador para que viva la vida con otras expectativas. El pacto que realiza con él es un pacto de sangre sin comprometer en ello el tiempo, ni los parámetros sociales. Nada. Para que un artista pueda volar necesita romper con todo lo existente, de tal modo que su vida sea su literatura.

En esta película se escuchan ecos de Goethe; se observan los destellos de Thomas Mann con su “Muerte en Venecia”. Del primero discurren las palabras de Mefistófeles a su amedrentado Fausto a través de versos repletos de sabiduría filosófica. Del segundo, se repiten las eternas imágenes del artista que quiere lograr la perfección en su obra. La belleza es un estado de intolerante aislamiento en donde los creadores trabajan y viven solos dispuestos a defender su autonomía con su propia vida. La muerte es el fin último de los estados de éxtasis que experimenta un poeta. Por eso, es imposible postergar el tiempo, el amor y los afectos; en general éstos son emociones de una noche o de un día en aras de obtener la inmortalidad. Lo sublime debe convertirse en el supremo bien al que deben aspirar los elegidos. Es necesario alejarse de la gente prosaica. El poeta no es un hombre común sino un emisario de la divinidad, una figura impoluta que bebe del agua de la mortalidad para ser inmortal.

Y Thorkild tiene todo el potencial para ser un gran poeta. Los planos en los cuales se ven a ambos escritores, muestran la contrastación de aspiraciones. El candor de su mirada es la contraparte de una mirada fuerte de aquella baronesa que se conmueve hasta las lágrimas con los versos de Goethe. Bille August compone un maravilloso relato de esas dos personalidades opuestas, pero tan cercanas en sensibilidad. La esposa del poeta entiende claramente que su marido es un ser excepcional, al cual jamás alcanzará espiritualmente. Sin embargo, ella es su soporte, ella quiere dejarlo libre para que  se encuentre con su talento.

El estilo de vida tradicional, en el que la familia nuclear ocupa el centro de los acuerdos sociales, no funciona para alguien que quiere desplegar sus sentidos y su mente más allá de lo corriente. Eso lo entendió Karen Blixen de modo tradicional también. Quiso moldear a un nuevo Rimbaud con el mármol de un hombre que ya tenía una vida hecha. El amorío de Thorkild se volvió un amor permanente que Karen Blixen consideró un error. Un poeta no puede venderle el alma al diablo de los apegos. La libertad es una libertad por y para la creación.

 Con “El pacto”, el cine clásico confirma la idea de que ahora, ser clásico es la apuesta más revolucionaria de todas. La imagen va cambiando con el paso de los adelantos estéticos y técnicos, pero los temas simplemente varían. Presentarlos de ese modo, del modo clásico, devuelve la tranquilidad para la contemplación y para el análisis. La puesta en escena impecable que nos regala esta hermosa, desgarradora y siempre inquietante reflexión hecha película sugiere que el cine sigue siendo un arte estremecedor.