El hijo del Zipa
La exuberancia de ese cuerpo
parecía vaticinar otro triunfo para uno de los múltiples europeos que ganaron
todo lo que se les atravesaba. “Cochise” Rodríguez ganaba en tierras aztecas un record mundial
que, por los antecedentes, estaba reservado para los europeos, tal vez sin
pensar que sus logros irían a durar 27 años hasta que un criollito con un
cuerpo menudito se impondría en la vuelta a España, convirtiéndose en el hombre
que destronaría a ese europeo antioqueño que sigue dando lora con ese humor tan
nuestro que se torna folclórico para los países que dieron hombres tan grandes
para el ciclismo como Merckx, Fignon, Hinault, Induraín, Contador y Chris
Froome. Con esa escasez de triunfos, en medio de una selva infestada de
campeones, esos ciclistas colombianos seguían siendo flor de un solo día, pero el talento puede estar hibernando por mucho
tiempo y un día se despierta para brillar por muchos años o por muy pocos días
aunque siempre dando de qué hablar. Por
eso ese silencio prolongado que rompe un muñequito de Cómbita se venía venir
aunque siguiera siendo un aviso de buenos momentos y nada más para los
europeos. Sólo algunos especialistas con sentido visionario afirmaban que cuando los colombianos
regresaran serían temibles. Ese miedo salió fundado en resultados que convierten a Nairo Quintana en el
ciclista colombiano más ganador de todos
los tiempos y uno de los más importantes de la actualidad. Ahora pocos imaginaban que podía venir un ciclista
más importante que ese mesticito boyacense. Egan Bernal irrumpe en el ciclismo
hace apenas tres lustros desde las montañas más pedregosas de la región andina,
con su bicicleta de mountain bike con
7 años de edad y un padre renuente a que su pequeño hijo repitiera los
sinsabores que tuvo él por numerosos
motivos, entre ellos, el desbarajuste de la administración ciclística nacional.
Sin plata para la inscripción y sin un casco para medirse en su cabeza, los
tropiezos que tuvo para participar en una carrera profesional en este país de
escarabajos, fueron muy grandes. Todos veían en ese biotipo maravilloso, una
suerte de campeón hasta que un hombre parlanchín de cabellos blancos y de una
amabilidad desarmadora llamado Gianni Savio, se lo llevó para Europa para
militar en ese equipo llamado Androni que tanta gloria le dio a Colombia. De ahí en adelante ganó todo lo que se le
atravesó pero aún quedaba el salto definitivo hacia una grande europea. Delante
de él se encontraban verdaderos monstruos como Wiggins, Froome y Thomas,
ciclistas que comandaban el Sky y que reclamaban su posición en el equipo
viendo de perfil a este morenito zipaquireño que de un momento a otro venía a
expropiarles su lugar. Lentamente, la carrera, como suelen decir algunos
periodistas y especialmente los mismos ciclistas, la carretera y las carreras
van poniendo a los ciclistas en su posición indicada. Entonces gana, gana y
gana. Tres palabras distintas y un solo corredor verdadero. Campeón
contrarreloj de Colombia, campeón del Tour de California, campeón de la París-Niza,
campeón de la Vuelta a Suiza, esta última carrera adjudicándosela luego de
sufrir una terrible caída que le vuela la clavícula en mil pedazos y de una decepción
que le dura varios días por su no participación en el Giro de Italia, que estaba
planillado como su gran objetivo del año. Sus números dejaban estupefactos a los
médicos y a los especialistas en ese deporte, quienes veían a un muchacho de
facciones puntiagudas aproximarse a la perfección biométrica. Todo
fue confabulándose para que Egan llegara a ese objetivo ambicionado por
muchos ciclistas en el mundo a través de
toda la historia de ese deporte, no solamente la decepción del líder de filas,
sino su propio accidente, su recuperación, la puesta a punto para afrontar el Tour,
ese magnífico equipo llamado Ineos que ha comprado recientemente un millonario
excéntrico que escarba en las entrañas del mar y de la tierra sus recursos como
un loco para luego lavar sus culpas comparando al equipo ciclístico más
poderoso del mundo. Luego vino la
carrera, era segundo en la línea de sucesión detrás del capo de escuadra de su
querido Geraint Thomas quien debía revalidar su título del año pasado, mucho
más tras el accidente del líder indiscutible del equipo, el simpático Chris
Froome. Los primeros días estuvo lidiando con las embestidas del viento, supo
acomodarse en posiciones estratégicas con un equipo dubitativo ante los
triunfos de Julian Alaphillipe, un ciclista explosivo que todos veían con
asombro cómo se eternizaba en el liderato de la carrera. En la contrarreloj por
equipos no tuvieron un buen resultado y
otros grupos eran los llamados a encabezar la carrera. En la contrarreloj
individual, Egan Bernal no sentía buenas reacciones ante los 27 kilómetros que
conformaban una etapa exigente aunque no decisiva. El tour este año tenía más
puertos de montaña de exigencia máxima que los años anteriores y las etapas
contrarrelojes no fueron diseñadas en el recorrido para que un europeo se
ganara la carrera. Pero esas dos semanas simplemente estaban ajustando el
sistema corporal de un joven superdotado que decidió ser ciclista por el
impulso terrígeno que sus predecesores habían impuesto como un dictamen
imposible de eludir. Para la tercera semana Egan ya tenía buenas sensaciones,
como dicen ellos, exponiendo sinceramente lo que esos hombres humildes
perciben, con menos chequera y más sacrificio corporal que los futbolistas o
los tenistas o los basketbolistas, que casi todos los otros porque el ciclismo
es un deporte que es poco generoso y premia con escaso dinero a sus campeones. Alaphillipe se defendía como gato
patas arriba, Kruiswijk a la
expectativa, Landa atacante y desembuchando todo su veneno contra Nairo que
guardaba un pequeño rencor que pudo soltar luego de pasar el mítico Galibier en
la etapa 18, Buchman esperando, como siempre, Pinot vaticinando un triunfo final
y retando como “gallo del Tour” a sus rivales
con sus dos triunfos parciales, mientras las apuestas pagaban
desmesuradamente a los ficticios triunfos de un ciclista que siempre se
desinfla en la tercera semana de cualquier gran vuelta. Ahora llegaba la etapa 19, con un
horizonte infernal, una llegada al
Izoard con pendiente media del 8 % y con rampas del 15% a más de 2700 metros de altura que debian
sortear todos los ciclistas, uno de los cuales, el niño del Tour que ya había
asegurado el título del mejor joven de la vuelta, tendría que atacar; el
primero fue Thomas, que parecía mostrar definitivamente sus cartas después de
la etapa anterior en la que llevó a su ritmo vertiginoso a un Allaphillipe que
sufría como nunca. Por eso, nadie pensaba en las buenas intenciones del
ciclista inglés. Hasta que el equipo decidió llevar a cabo un ataque de equipo;
Thomas se convirtió en la punta de lanza para el ataque definitivo que Bernal
emprende y que nadie puede detener porque las piernas de Egan eran las más
fuertes de todas. Y pensábamos que
Bernal coronaría la etapa como su ganador y con ello podría llevarse, además de
los 8 segundos del puerto de montaña de categoría especial, los 8 segundos más
que concede la organización al ganador de la etapa. Las imágenes en tiempo real
mostraban una carretera humedecida por el hielo que se fue acumulando en menos
de 10 minutos y que ponía en riesgo la integridad de los deportistas, en tanto
Rigoberto se trenzaba en una disputa verbal con Níbali que obedientemente
paraba la marcha, ante la solicitud expresa de los organizadores del Tour. Pero
Egan, mansito, para. Con la inocencia de quien sigue una orden también escucha
de sus compañeros de equipo que había ascendido al primer lugar de la
competencia y ante la entrevista oficial estalla en llanto por el impacto de
saberse el ciclista tope de aquella carrera que veía por televisión mientras
que uno de sus ídolos subía al podio pero que no ganaba. Egan conserva el candor
de un niño que va descubriendo secretos del mundo que otros ya ven como hechos
normales y que para él constituyen toda su vida. Egan Bernal es el deportista
modelo de lo que significa la humildad y la disciplina, en un país que admira
figuras autoritarias y que frenan el avance de estos ciclistas trabajadores,
nacidos en las entrañas de este país andino que muchos años después de los triunfos de “Cochise, habrá de ganar por
primera vez el Tour de Francia, es decir, habrá de ganar un mundial de fútbol
pero en bicicleta, porque el hijo del Zipa que entrenara Fabio Rodríguez por
las carreteras boyacenses, habrá recogido los frutos de cientos de hombres que
vieron en la bicicleta una opción de vida.