Ay Chavela, Chavela, Chavela
Chavela Vargas vivió como quiso, nació donde quiso, amó a quien quiso y se
murió cuando quiso. “Llévame pronto a México que allá me quiero morir, porque
anoche estuvo mi amiga por aquí queriéndome llevar del todo”, le exigió a su
mánager, luego de haber estado una temporada muy productiva en Europa. Ella,
sigue siendo la cantante más querida de México a lo largo del mundo. Su voz y
su entrega en los escenarios siempre dejaron huellas; quienes la conocieron
quedaron encantados con esa personalidad arrolladora, sin querer agradar a
nadie sino agradando de entrada a todos. “El amor no se escoge, no va uno a la
Universidad para querer a alguien, simplemente quieres a otra persona y ya”,
dijo en varias entrevistas a las que siempre contestó con la máxima gallardía
posible a periodistas puntillosos que querían indagar por su sexualidad. Todos
pensaban que Chavela había muerto, la gente no sabía que el alcohol la sumergió
en el río del olvido por 12 años, hasta que unas empresarias la revivieron con
el fin de que cantara en un pequeño bar, donde la algarabía y la sorpresa por
ver a esa insignia de la música mexicana, se hizo patente. En París, un tal Pedro Almodóvar organizó una
velada para ella en el templo del espectáculo, El Olimpia, su temor era que
nadie llegara a ese inédito recital, pero la enjundia de aquel director que
llamó a cuanto amigo pudo, colmó las entradas. Otra vez Chavela la había hecho.
Y en Madrid, Almodóvar otra vez y Miguel Bosé, incondicionales admiradores de
ella asistieron a su última presentación europea, donde se ganó el corazón de
España. Y el muerto viviente no paró. Llegó a la ciudad capital mexicana y allí
abarrota Bellas Artes, lugar que nunca conquistó hasta ese momento. Ya el
tiempo, el cansancio y la visita de su amiga, le habían mellado el cuerpo.
Esa es la vida pública de Chavela, descrita en este documental del año
2017, que ya se encuentra en Netflix y que muestra la vida de este hermoso ser
humano, transgresor de la moral y de los principios machistas de un país
hipócrita que en público permite las declaraciones y los actos enrevesados,
pero en privado condena ciertas actitudes personales. Sus directoras son Catherine Gund y Daresha
Kyi. Ellas aciertan en las entrevistas al personaje central de la obra y a su
círculo cercano, entre ellas, su última amante y su empresaria, así como la
escritora Betty-Carol Sellen, personas estas que hablan de la artista, sin
ninguna traba. A Chavela o la querían o la querían, incluso en sus chocheras y
en sus arranques de ira. A uno de los
niños de una amante le enseñaba a disparar para que éste no saliera debilucho,
según dice aquella.
Pero esa era la vida privada también. Chavela Vargas fue la mujer que
rompió con los estereotipos sexuales en su época. Ella nace en el año 1919 en
Costa Rica. Sus padres la descuidaron y ella tuvo que ganarse la vida sola en
México, a donde emigra bien joven y allí hace amistad con varios de los músicos
más reconocidos de ese país, entre ellos, José Alfredo Jiménez, cuyas canciones fueron
en consonancia con la sensibilidad de esa mujer lesbiana, que debió imponerse
en un mundo de hombres siendo la más macha entre los machos. Las parrandas con
el compositor empezaban un viernes y terminaban los lunes, entequilados todos,
forzando los chistes y asestando los dardos en la cabeza de cualquiera. En el
documental, el hijo de José Alfredo Jiménez cuenta cómo surge la carrera de
Chavela, su gran popularidad pero también el desorden económico de aquella.
Sólo se quedaron algunos, entre ellas uno de sus amores, Frida Khalo, quien la
amó hasta la saciedad y quien la sufrió hasta la locura por la despedida
tranquila una mañana, luego de una última jornada de amor. Pero los amores de
Chavela eran cualquiera, para ella, Ava Gardner y una mujer desconocida para
los medios de comunicación eran susceptibles de amor. Como seductora, se
entregó totalmente a las relaciones, pero también se desprendió de ellas
fácilmente.
El documental enfoca su mirada en ella, con la cámara puesta en esas gafas
oscuras que utilizó en su última etapa de vida. Su sentido del humor es
sincero, sin ganas de agradar a nadie, sólo siendo ella. De esa hermosa mujer,
de cabellos largos y oscuros no se perdió sino la forma, porque el encanto le
duró hasta que su cuerpo decidió apostarse en una silla de ruedas. La espontaneidad de su vida, se prolongó en
sus canciones. No cantaba, ella hablaba. Narraba las canciones como si las
estuviera conversando y en cada una de ellas dejaba la piel y el alma. Las
canciones la reclamaban a ella para llorar y cuando terminaba de cantarlas el
alma de quien la escuchaba retornaba a su
lugar. Chavela Vargas conjuraba su enorme soledad con la música. Oírla cantar
es embarcarse en un viaje doloroso que nos recuerda quienes somos. Los seres
humanos necesitamos conocer nuestro sufrimiento. Y una forma de hacerlo es
escuchando a esta gran artista.