miércoles, 15 de julio de 2020


Ay Chavela, Chavela, Chavela


Chavela Vargas vivió como quiso, nació donde quiso, amó a quien quiso y se murió cuando quiso. “Llévame pronto a México que allá me quiero morir, porque anoche estuvo mi amiga por aquí queriéndome llevar del todo”, le exigió a su mánager, luego de haber estado una temporada muy productiva en Europa. Ella, sigue siendo la cantante más querida de México a lo largo del mundo. Su voz y su entrega en los escenarios siempre dejaron huellas; quienes la conocieron quedaron encantados con esa personalidad arrolladora, sin querer agradar a nadie sino agradando de entrada a todos. “El amor no se escoge, no va uno a la Universidad para querer a alguien, simplemente quieres a otra persona y ya”, dijo en varias entrevistas a las que siempre contestó con la máxima gallardía posible a periodistas puntillosos que querían indagar por su sexualidad. Todos pensaban que Chavela había muerto, la gente no sabía que el alcohol la sumergió en el río del olvido por 12 años, hasta que unas empresarias la revivieron con el fin de que cantara en un pequeño bar, donde la algarabía y la sorpresa por ver a esa insignia de la música mexicana, se hizo patente.  En París, un tal Pedro Almodóvar organizó una velada para ella en el templo del espectáculo, El Olimpia, su temor era que nadie llegara a ese inédito recital, pero la enjundia de aquel director que llamó a cuanto amigo pudo, colmó las entradas. Otra vez Chavela la había hecho. Y en Madrid, Almodóvar otra vez y Miguel Bosé, incondicionales admiradores de ella asistieron a su última presentación europea, donde se ganó el corazón de España. Y el muerto viviente no paró. Llegó a la ciudad capital mexicana y allí abarrota Bellas Artes, lugar que nunca conquistó hasta ese momento. Ya el tiempo, el cansancio y la visita de su amiga, le habían mellado el cuerpo.
Esa es la vida pública de Chavela, descrita en este documental del año 2017, que ya se encuentra en Netflix y que muestra la vida de este hermoso ser humano, transgresor de la moral y de los principios machistas de un país hipócrita que en público permite las declaraciones y los actos enrevesados, pero en privado condena ciertas actitudes personales.  Sus directoras son Catherine Gund y Daresha Kyi. Ellas aciertan en las entrevistas al personaje central de la obra y a su círculo cercano, entre ellas, su última amante y su empresaria, así como la escritora Betty-Carol Sellen, personas estas que hablan de la artista, sin ninguna traba. A Chavela o la querían o la querían, incluso en sus chocheras y en sus arranques de ira.  A uno de los niños de una amante le enseñaba a disparar para que éste no saliera debilucho, según dice aquella.
Pero esa era la vida privada también. Chavela Vargas fue la mujer que rompió con los estereotipos sexuales en su época. Ella nace en el año 1919 en Costa Rica. Sus padres la descuidaron y ella tuvo que ganarse la vida sola en México, a donde emigra bien joven y allí hace amistad con varios de los músicos más reconocidos de ese país, entre ellos,  José Alfredo Jiménez, cuyas canciones fueron en consonancia con la sensibilidad de esa mujer lesbiana, que debió imponerse en un mundo de hombres siendo la más macha entre los machos. Las parrandas con el compositor empezaban un viernes y terminaban los lunes, entequilados todos, forzando los chistes y asestando los dardos en la cabeza de cualquiera. En el documental, el hijo de José Alfredo Jiménez cuenta cómo surge la carrera de Chavela, su gran popularidad pero también el desorden económico de aquella. Sólo se quedaron algunos, entre ellas uno de sus amores, Frida Khalo, quien la amó hasta la saciedad y quien la sufrió hasta la locura por la despedida tranquila una mañana, luego de una última jornada de amor. Pero los amores de Chavela eran cualquiera, para ella, Ava Gardner y una mujer desconocida para los medios de comunicación eran susceptibles de amor. Como seductora, se entregó totalmente a las relaciones, pero también se desprendió de ellas fácilmente.
El documental enfoca su mirada en ella, con la cámara puesta en esas gafas oscuras que utilizó en su última etapa de vida. Su sentido del humor es sincero, sin ganas de agradar a nadie, sólo siendo ella. De esa hermosa mujer, de cabellos largos y oscuros no se perdió sino la forma, porque el encanto le duró hasta que su cuerpo decidió apostarse en una silla de ruedas.  La espontaneidad de su vida, se prolongó en sus canciones. No cantaba, ella hablaba. Narraba las canciones como si las estuviera conversando y en cada una de ellas dejaba la piel y el alma. Las canciones la reclamaban a ella para llorar y cuando terminaba de cantarlas el alma de quien la  escuchaba retornaba a su lugar. Chavela Vargas conjuraba su enorme soledad con la música. Oírla cantar es embarcarse en un viaje doloroso que nos recuerda quienes somos. Los seres humanos necesitamos conocer nuestro sufrimiento. Y una forma de hacerlo es escuchando a esta gran artista.



domingo, 12 de julio de 2020


El sueño y la vida



Yo sé que la vida puede ser más tibia si priorizamos el contacto directo con lo tangible; con las personas, con las cosas y con las sombras. Yo sé que la sonrisa de una mujer se percibe mejor si la miramos directamente a la cara y entendemos que su presencia no ha sido mediada por nada. También sé que la representación no aminora necesariamente la conexión con el mundo, que un relato no es inferior a un evento y que los personajes que formamos mentalmente no son indignos de la tan aclamada realidad.  Tengo la manía de pensar con instrumentos de mi imaginación que se desprenden de personajes literarios o de personajes históricos que han variado levemente en mi cabeza, por esa costumbre de valorar de un modo casi igual lo que me sucede y lo que imagino que me sucede. Esa propensión mediadora constituye mi vida, mi realidad está hecha de abstracciones. Mi sensibilidad está construida de lejanías, de cosas que a otros ha pasado y adopto como propias. He vivido la vida de otros y les he creado un rinconcito en mi abundante necesidad de elucubrar la vida. Por eso, los amigos más entrañables los he conseguido en el paso de una página o en las interlíneas de un párrafo que no existe. Así he comenzado a extrañar seres que no existen, personajes salidos de la mente de un creador, que trabaja con palabras y que yo clamorosamente engullo como la última presa de la selva o de un pantano impenetrable. A veces, extraño a escritores que no he leído más, una extraña voz visual se mete de pronto en mi incesante capacidad de extrañar. La nostalgia hace del señor Heathcliff un verdadero suplicio durante un día o de varios. Me inquieta esa ventana o esa sombra detrás de la ventana como si fuera la última vez que pudiera leer lo que la escritora dice, como si no supiera nada de lo que he leído y en cada nuevo brote imaginativo reconociera lo que tantas veces han atravesado mis ojos como dos puntas. No sé si a veces soy un personaje que vive la vida prestada que ha sido diseñada por alguien, en alguna biblioteca mientras escribe un cuento o delinea una novela. O si, de tanto recrear lo que leo, soy yo quien le da vida a todo el mundo que me rodea. A las personas les doy prerrogativas que se aíslan de su vida concreta. Viven en una dimensión carente de imperfecciones o teniendo esas imperfecciones encuentro motivos suficientes para amarlas así.
Siento que el pasado se torna más placentero que el presente. Estamos ligados a él en la medida que nuestros recuerdos no van hacia delante y asociamos nuestros ratos más placenteros con lo que aprendimos mejor. Emprender un nuevo comienzo es una tortura sobre todo si el cuerpo va dando señales de inoperancia. Estamos atados a los predios que dominamos. Ese instinto primordial de protegernos de los ataques o de los posibles ataques conforman nuestra esencia de vida. Son mis libros y los escritores que los escriben el mundo más seguro, el que ha tendido la sombra de mis mejores cualidades. Imaginar como siempre y vivir como nunca son caras de la misma moneda. Mis experiencias son mis sensaciones como lector. Mis vivencias más nítidas se hayan en los vericuetos de las historias que rondan mi cabeza como un jinete por una sabana oscura. La perplejidad es un sentimiento que suele atormentarme porque ocurre cuando comparo esos personajes de novela con mis odios, o con mis tristezas o con esa cantidad variada de sentimientos que afligen o ennoblecen mi vida cotidianamente. Tengo fórmulas para todo, las soluciones a los problemas no las busco en los problemas mismos si no en las vivencias de personas inventadas por escritores que han ideado buenas respuestas o que han salido avante de situaciones que el destino les ha impuesto. Si los recursos que poseo para dar salida a los conflictos son poderosas herramientas en condiciones ideales, mi capacidad de tomar hechos es precaria. Tal vez la felicidad consiste  para algunos, en trabajar con objetos idealizados para obtener respuestas perfectas. El mundo no es perfecto, pero las obras de la imaginación tal vez lo sean. Soñar es privilegio de todos, pero vivir la imaginación es patrimonio de unos pocos.