domingo, 12 de julio de 2020


El sueño y la vida



Yo sé que la vida puede ser más tibia si priorizamos el contacto directo con lo tangible; con las personas, con las cosas y con las sombras. Yo sé que la sonrisa de una mujer se percibe mejor si la miramos directamente a la cara y entendemos que su presencia no ha sido mediada por nada. También sé que la representación no aminora necesariamente la conexión con el mundo, que un relato no es inferior a un evento y que los personajes que formamos mentalmente no son indignos de la tan aclamada realidad.  Tengo la manía de pensar con instrumentos de mi imaginación que se desprenden de personajes literarios o de personajes históricos que han variado levemente en mi cabeza, por esa costumbre de valorar de un modo casi igual lo que me sucede y lo que imagino que me sucede. Esa propensión mediadora constituye mi vida, mi realidad está hecha de abstracciones. Mi sensibilidad está construida de lejanías, de cosas que a otros ha pasado y adopto como propias. He vivido la vida de otros y les he creado un rinconcito en mi abundante necesidad de elucubrar la vida. Por eso, los amigos más entrañables los he conseguido en el paso de una página o en las interlíneas de un párrafo que no existe. Así he comenzado a extrañar seres que no existen, personajes salidos de la mente de un creador, que trabaja con palabras y que yo clamorosamente engullo como la última presa de la selva o de un pantano impenetrable. A veces, extraño a escritores que no he leído más, una extraña voz visual se mete de pronto en mi incesante capacidad de extrañar. La nostalgia hace del señor Heathcliff un verdadero suplicio durante un día o de varios. Me inquieta esa ventana o esa sombra detrás de la ventana como si fuera la última vez que pudiera leer lo que la escritora dice, como si no supiera nada de lo que he leído y en cada nuevo brote imaginativo reconociera lo que tantas veces han atravesado mis ojos como dos puntas. No sé si a veces soy un personaje que vive la vida prestada que ha sido diseñada por alguien, en alguna biblioteca mientras escribe un cuento o delinea una novela. O si, de tanto recrear lo que leo, soy yo quien le da vida a todo el mundo que me rodea. A las personas les doy prerrogativas que se aíslan de su vida concreta. Viven en una dimensión carente de imperfecciones o teniendo esas imperfecciones encuentro motivos suficientes para amarlas así.
Siento que el pasado se torna más placentero que el presente. Estamos ligados a él en la medida que nuestros recuerdos no van hacia delante y asociamos nuestros ratos más placenteros con lo que aprendimos mejor. Emprender un nuevo comienzo es una tortura sobre todo si el cuerpo va dando señales de inoperancia. Estamos atados a los predios que dominamos. Ese instinto primordial de protegernos de los ataques o de los posibles ataques conforman nuestra esencia de vida. Son mis libros y los escritores que los escriben el mundo más seguro, el que ha tendido la sombra de mis mejores cualidades. Imaginar como siempre y vivir como nunca son caras de la misma moneda. Mis experiencias son mis sensaciones como lector. Mis vivencias más nítidas se hayan en los vericuetos de las historias que rondan mi cabeza como un jinete por una sabana oscura. La perplejidad es un sentimiento que suele atormentarme porque ocurre cuando comparo esos personajes de novela con mis odios, o con mis tristezas o con esa cantidad variada de sentimientos que afligen o ennoblecen mi vida cotidianamente. Tengo fórmulas para todo, las soluciones a los problemas no las busco en los problemas mismos si no en las vivencias de personas inventadas por escritores que han ideado buenas respuestas o que han salido avante de situaciones que el destino les ha impuesto. Si los recursos que poseo para dar salida a los conflictos son poderosas herramientas en condiciones ideales, mi capacidad de tomar hechos es precaria. Tal vez la felicidad consiste  para algunos, en trabajar con objetos idealizados para obtener respuestas perfectas. El mundo no es perfecto, pero las obras de la imaginación tal vez lo sean. Soñar es privilegio de todos, pero vivir la imaginación es patrimonio de unos pocos.

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