El sueño y la vida
Yo sé que la vida puede ser más tibia si priorizamos el contacto directo
con lo tangible; con las personas, con las cosas y con las sombras. Yo sé que
la sonrisa de una mujer se percibe mejor si la miramos directamente a la cara y
entendemos que su presencia no ha sido mediada por nada. También sé que la
representación no aminora necesariamente la conexión con el mundo, que un
relato no es inferior a un evento y que los personajes que formamos mentalmente
no son indignos de la tan aclamada realidad.
Tengo la manía de pensar con instrumentos de mi imaginación que se
desprenden de personajes literarios o de personajes históricos que han variado
levemente en mi cabeza, por esa costumbre de valorar de un modo casi igual lo
que me sucede y lo que imagino que me sucede. Esa propensión mediadora
constituye mi vida, mi realidad está hecha de abstracciones. Mi sensibilidad
está construida de lejanías, de cosas que a otros ha pasado y adopto como
propias. He vivido la vida de otros y les he creado un rinconcito en mi
abundante necesidad de elucubrar la vida. Por eso, los amigos más entrañables
los he conseguido en el paso de una página o en las interlíneas de un párrafo
que no existe. Así he comenzado a extrañar seres que no existen, personajes
salidos de la mente de un creador, que trabaja con palabras y que yo
clamorosamente engullo como la última presa de la selva o de un pantano
impenetrable. A veces, extraño a escritores que no he leído más, una extraña voz
visual se mete de pronto en mi incesante capacidad de extrañar. La nostalgia
hace del señor Heathcliff un verdadero suplicio durante un día o de varios. Me
inquieta esa ventana o esa sombra detrás de la ventana como si fuera la última
vez que pudiera leer lo que la escritora dice, como si no supiera nada de lo
que he leído y en cada nuevo brote imaginativo reconociera lo que tantas veces
han atravesado mis ojos como dos puntas. No sé si a veces soy un personaje que
vive la vida prestada que ha sido diseñada por alguien, en alguna biblioteca
mientras escribe un cuento o delinea una novela. O si, de tanto recrear lo que
leo, soy yo quien le da vida a todo el mundo que me rodea. A las personas les
doy prerrogativas que se aíslan de su vida concreta. Viven en una dimensión
carente de imperfecciones o teniendo esas imperfecciones encuentro motivos
suficientes para amarlas así.
Siento que el pasado se torna más placentero que el presente. Estamos
ligados a él en la medida que nuestros recuerdos no van hacia delante y
asociamos nuestros ratos más placenteros con lo que aprendimos mejor. Emprender
un nuevo comienzo es una tortura sobre todo si el cuerpo va dando señales de
inoperancia. Estamos atados a los predios que dominamos. Ese instinto
primordial de protegernos de los ataques o de los posibles ataques conforman
nuestra esencia de vida. Son mis libros y los escritores que los escriben el
mundo más seguro, el que ha tendido la sombra de mis mejores cualidades.
Imaginar como siempre y vivir como nunca son caras de la misma moneda. Mis
experiencias son mis sensaciones como lector. Mis vivencias más nítidas se
hayan en los vericuetos de las historias que rondan mi cabeza como un jinete
por una sabana oscura. La perplejidad es un sentimiento que suele atormentarme
porque ocurre cuando comparo esos personajes de novela con mis odios, o con mis
tristezas o con esa cantidad variada de sentimientos que afligen o ennoblecen
mi vida cotidianamente. Tengo fórmulas para todo, las soluciones a los
problemas no las busco en los problemas mismos si no en las vivencias de
personas inventadas por escritores que han ideado buenas respuestas o que han
salido avante de situaciones que el destino les ha impuesto. Si los recursos
que poseo para dar salida a los conflictos son poderosas herramientas en
condiciones ideales, mi capacidad de tomar hechos es precaria. Tal vez la
felicidad consiste para algunos, en
trabajar con objetos idealizados para obtener respuestas perfectas. El mundo no
es perfecto, pero las obras de la imaginación tal vez lo sean. Soñar es
privilegio de todos, pero vivir la imaginación es patrimonio de unos pocos.
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