viernes, 1 de diciembre de 2023

 

La última tentación de Ridley Scott



Las últimas películas de Ridley Scott han estado desprovistas de su sello personal  que lo catalogan como quizás uno de los mejores cineastas de su generación.  Parece que su trabajo actual tiene como objetivo saciar los intereses económicos de las productoras, con sus guiones sobre hechos históricos y personajes que viven en el imaginario de la gente como dignos de recordar, utilizando el cine como medio para lograr tal fin. Atrás han quedado piezas audiovisuales legendarias como “Los duelistas”, “Blade Runner” o “Thelma y Louise”, verdaderas obras artísticas dignas de admiración.

Ahora nos expone su “Napoleón”, protagonizada por el deslumbrante Joaquín Phoenix y la buena actriz Vanessa Kirby como Josefina. Es notoria la gran cantidad de errores históricos expresados en las batallas que se muestran en esta obra de 160 minutos de duración, como en las batallas de Austerlitz o la última batalla napoleónica, librada contra el duque de Willington en Waterloo. O el increíble lanzamiento de un cañón a la pirámide de Keops en Egipto que descalabra a uno de sus rivales en la caída de aquel. Asimismo, el exceso de banderas en las batallas que no pertenecían a la Francia que recién salía del Régimen del terror liderado por Robespierre, cuyas rayas verticales no se usaban para los años en los que Napoleón lideró sus batallas más importantes.

Pero más allá de estos hechos históricos falseados por las imágenes de esta obra fílmica, apenas alcanzamos a visionar a un ser humano dubitativo, lejos de la reciedumbre y la determinación que fueron propios de un emperador al que se le adjudican miles de muertos y que sepulta de una vez y para siempre el Antiguo Régimen. Varios de los momentos en los cuales aparece, resultan deslucidos, más caricaturescos que elogiosos de uno de los personajes más importante de la historia de Francia. Pero dicha historia no puede desprenderse de quienes lo rodearon, en primer término, de los británicos, que se convirtieron en sus más enconados rivales, de él y de su amado imperio francés. Las decisiones económicas de aquellos estuvieron jalonadas por la necesidad de mantener el predominio comercial con el resto del mundo, mientras Francia se expandía territorialmente, pero hasta donde los británicos se lo permitieron, y que es demostrado en los apoyos irrestrictos que ofrece a los enemigos del nuevo emperador que tiene la osadía de arrebatarle la corona al papa y ponérsela él mismo en esa cabeza maquinal y desbordada. El Napoleón de Ridley Scott es un intento por mostrar el drama personal de un hombre vertiginoso, sufriente y solo, lleno de ese vigor de líder que acompaña a los elegidos para emprender grandes campañas de conquista y reconquista, pero sin la felicidad que debe acompañarlos en su autorrealización personal. Sus lamentaciones por el amor correspondido a medias por Josefina, lo hacen ver como un hombre reprimido y sin control de su propio hogar. Las escenas sexuales, lo muestran como un eyaculador mecánico que aburrían tremendamente a su amada esposa. Sus breves diálogos con el duque de Wellington, hacen de la figura de Napoleón un tirano en decadencia que no tiene ingenio y mucho menos el valor para sobreponerse a sus derrotas.

“Napoléon” es un biopic que intenta mostrar demasiadas cosas sin tener la capacidad de hacer venerable ninguna de las escenas. Si bien, la dirección artística mete al espectador en la ambientación de un revolucionario del siglo XIX, luego de la caricaturesca ejecución de María Antonieta, provista con ese pelo largo y ensortijado a punto de probar la guillotina, tanta pompa colorísitica, no pueden complementar eficazmente la trama que tiene una duración increíblemente corta para narrar tantas cosas. Tal vez, si el guionista y el director hubieran centrado la obra en algún acontecimiento particular, hubieran impregnado más imaginación y más contundencia a esta película fallida.

Y de la impronta del actor protagonista Joaquín Phoenix hubiéramos encontrado más al gran actor que es. De su expresividad facial, tal como la encontramos en su “Gladiador”, por ejemplo, quizás nos hubiéramos sumergido en una de las actuaciones que nos tiene acostumbrados a recibir. Se ven artificiosas sus actitudes monológicas en varios momentos como el de sus rabietas frente a las infidelidades de su inquieta esposa, o los momentos de solemnidad, ante sus grandes conquistas, o la majestuosa coronación como el emperador que devolverá a Francia su antiguo esplendor, luego del dominio británico sobre ultramar. Sobre Vanessa Kirby hay que decir que sus silencios convencen, pero no determinan el curso de una actuación que hubiera resultado más memorable, como el personaje importante que fue, sobre todo, que marcó la vida de un ser humano más importante que ella para la historia universal.

En suma, este Napoleón habrá quedado para el olvido, y Abel Gance seguirá reinando como el director qua ha logrado penetrar un poco más en la figura del emperador.

Y es que una película que no pone las cartas sobre la mesa, debe suponer que un personaje histórico connotado, encaja fielmente con acontecimientos históricos que deberían narrase fielmente, tal como los anales de la historia lo predican, a menos que su intención, desde el principio sea otra.

No obstante, para las nuevas generaciones, que no tienen ningún interés por el pasado, sino que viven el momento únicamente, que olvidan rápido todo lo que aprenden o experimentan, “Napoleón” es una buena manera de recordarles o de enseñarles que una vez hubo un personaje que determinó la historia de Europa y que el poder del imperio británico lo doblegó a su entero gusto. Esa famosa realización de la idea, montada a caballo tal cual como pensaba Hegel, era más bien la realización de las ideas económicas que perseguían los imperios.