La última tentación de Ridley Scott
Las últimas películas de Ridley Scott han estado desprovistas de su sello
personal que lo catalogan como quizás
uno de los mejores cineastas de su generación.
Parece que su trabajo actual tiene como objetivo saciar los intereses
económicos de las productoras, con sus guiones sobre hechos históricos y
personajes que viven en el imaginario de la gente como dignos de recordar,
utilizando el cine como medio para lograr tal fin. Atrás han quedado piezas
audiovisuales legendarias como “Los duelistas”, “Blade Runner” o “Thelma y
Louise”, verdaderas obras artísticas dignas de admiración.
Ahora nos expone su “Napoleón”, protagonizada por el deslumbrante Joaquín
Phoenix y la buena actriz Vanessa Kirby como Josefina. Es notoria la gran
cantidad de errores históricos expresados en las batallas que se muestran en
esta obra de 160 minutos de duración, como en las batallas de Austerlitz o la
última batalla napoleónica, librada contra el duque de Willington en Waterloo.
O el increíble lanzamiento de un cañón a la pirámide de Keops en Egipto que
descalabra a uno de sus rivales en la caída de aquel. Asimismo, el exceso de
banderas en las batallas que no pertenecían a la Francia que recién salía del Régimen
del terror liderado por Robespierre, cuyas rayas verticales no se usaban para
los años en los que Napoleón lideró sus batallas más importantes.
Pero más allá de estos hechos históricos falseados por las imágenes de esta
obra fílmica, apenas alcanzamos a visionar a un ser humano dubitativo, lejos de
la reciedumbre y la determinación que fueron propios de un emperador al que se
le adjudican miles de muertos y que sepulta de una vez y para siempre el
Antiguo Régimen. Varios de los momentos en los cuales aparece, resultan
deslucidos, más caricaturescos que elogiosos de uno de los personajes más
importante de la historia de Francia. Pero dicha historia no puede desprenderse
de quienes lo rodearon, en primer término, de los británicos, que se
convirtieron en sus más enconados rivales, de él y de su amado imperio francés.
Las decisiones económicas de aquellos estuvieron jalonadas por la necesidad de
mantener el predominio comercial con el resto del mundo, mientras Francia se
expandía territorialmente, pero hasta donde los británicos se lo permitieron, y
que es demostrado en los apoyos irrestrictos que ofrece a los enemigos del
nuevo emperador que tiene la osadía de arrebatarle la corona al papa y
ponérsela él mismo en esa cabeza maquinal y desbordada. El Napoleón de Ridley
Scott es un intento por mostrar el drama personal de un hombre vertiginoso,
sufriente y solo, lleno de ese vigor de líder que acompaña a los elegidos para emprender
grandes campañas de conquista y reconquista, pero sin la felicidad que debe
acompañarlos en su autorrealización personal. Sus lamentaciones por el amor
correspondido a medias por Josefina, lo hacen ver como un hombre reprimido y
sin control de su propio hogar. Las escenas sexuales, lo muestran como un
eyaculador mecánico que aburrían tremendamente a su amada esposa. Sus breves
diálogos con el duque de Wellington, hacen de la figura de Napoleón un tirano
en decadencia que no tiene ingenio y mucho menos el valor para sobreponerse a
sus derrotas.
“Napoléon” es un biopic que intenta mostrar demasiadas cosas sin
tener la capacidad de hacer venerable ninguna de las escenas. Si bien, la
dirección artística mete al espectador en la ambientación de un revolucionario
del siglo XIX, luego de la caricaturesca ejecución de María Antonieta, provista
con ese pelo largo y ensortijado a punto de probar la guillotina, tanta pompa
colorísitica, no pueden complementar eficazmente la trama que tiene una
duración increíblemente corta para narrar tantas cosas. Tal vez, si el
guionista y el director hubieran centrado la obra en algún acontecimiento
particular, hubieran impregnado más imaginación y más contundencia a esta
película fallida.
Y de la impronta del actor protagonista Joaquín Phoenix hubiéramos
encontrado más al gran actor que es. De su expresividad facial, tal como la
encontramos en su “Gladiador”, por ejemplo, quizás nos hubiéramos sumergido en
una de las actuaciones que nos tiene acostumbrados a recibir. Se ven
artificiosas sus actitudes monológicas en varios momentos como el de sus
rabietas frente a las infidelidades de su inquieta esposa, o los momentos de
solemnidad, ante sus grandes conquistas, o la majestuosa coronación como el
emperador que devolverá a Francia su antiguo esplendor, luego del dominio
británico sobre ultramar. Sobre Vanessa Kirby hay que decir que sus silencios
convencen, pero no determinan el curso de una actuación que hubiera resultado
más memorable, como el personaje importante que fue, sobre todo, que marcó la
vida de un ser humano más importante que ella para la historia universal.
En suma, este Napoleón habrá quedado para el olvido, y Abel Gance seguirá
reinando como el director qua ha logrado penetrar un poco más en la figura del emperador.
Y es que una película que no pone las cartas sobre la mesa, debe suponer
que un personaje histórico connotado, encaja fielmente con acontecimientos
históricos que deberían narrase fielmente, tal como los anales de la historia
lo predican, a menos que su intención, desde el principio sea otra.
No obstante, para las nuevas generaciones, que no tienen ningún interés por
el pasado, sino que viven el momento únicamente, que olvidan rápido todo lo que
aprenden o experimentan, “Napoleón” es una buena manera de recordarles o de
enseñarles que una vez hubo un personaje que determinó la historia de Europa y
que el poder del imperio británico lo doblegó a su entero gusto. Esa famosa
realización de la idea, montada a caballo tal cual como pensaba Hegel, era más
bien la realización de las ideas económicas que perseguían los imperios.
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