domingo, 21 de enero de 2024

 

Pobres criaturas


     



Un director no convencional llega con su última película, cuyo éxito en algunos festivales internacionales como el de Venecia, augura un mayor alcance en la próxima ceremonia de los Premios Óscar a celebrarse en pocos días. Yorgos Lanthimos, director griego y autor de algunos títulos cinematográficos como “Canino”, “El sacrificio de un siervo sagrado” y “La favorita”, dirige a un   excelente reparto que eleva aún más esta película que, sin lugar a dudas, constituye el punto de calidad más alto de su carrera. Mark Ruffalo, quien no desentona, en medio de las otras dos estrellas, nos regala una actuación desenfadada pero seria, cuyos desafíos histriónicos lo convierten en un profesional versátil, convincente en su papel de hombre liberado, jugador y amante de los placeres, que contribuye a sacar de la burbuja en la que se encuentra esta joven recién salida del cascarón. Es un peldaño más que debe escalar Bella para conocer el mundo, para enamorarse y desenamorarse de su exceso de libertad. Por su parte, Willem Dafoe, un actor seguro, al que todos estamos acostumbrados a verlo interpretar excelentes personajes, sin que haya sido lo suficientemente premiado por ello. Su rol es el de un padre y científico que ama a su nueva creación pero que es capaz de desprenderse de sus afectos para que ella pueda ser libre. Su trabajo y su corazón están encaminados a permitir que su pequeña Bella Baxter pueda experimentar lo que la naturaleza infantil y candorosa de aquella jovencita le impelen a realizar, en su camino por tres ciudades que le brindarán más vida. A diferencia del doctor Frankestein, esta película no tiene los elementos espectrales ni ominosos que sugiere la novela de Mary Shelley, sino que auspicia un personaje sobreprotector pero que también cede a los deseos de libertad que Bella le reclama. Y, el personaje más refulgente de la película es Bella, interpretada por Emma Stone, una actriz que ha demostrado su enorme calidad en obras anteriores. Aquí luce por desinhibición, brilla por esa conjunción de inocencia y crueldad que la misma vida ha sabido infundirle como un castigo por tanta libertad, porque el conocimiento, como lo vivió en carne propia Frankestein, es un doloroso sumergimiento en el alma humana. Bella experimenta su nueva conexión con el cuerpo a través del sexo, pero teniendo claro que los sentimientos no deben mezclarse con sus convicciones o sus promesas que son acuerdos con personas que estuvieron primero.

Yorgos Lanthimos construye un mundo muy original para este personaje demasiado original. Los encuadres, los planos, los movimientos de personajes y de cámaras, son una sinfonía cuya instrumentación suena armónicamente. Hay una construcción artística propia de un esteta, que juega con los recursos a su disposición para construir esta pequeña obra maestra. Sus efectismos logrados con las cámaras ojos de pez generan una sensación de encerramiento, de orificio por el cual podemos ver el mundo opresivo de Bella, así como nos lo ha mostrado varias veces Terry Gilliam en algunas de sus películas. Y a ese enclaustramiento, se suman los escenarios impresionistas al estilo de Nosferatu o de algunas obras de Murnau.

La historia, adaptada de la novela “Poor Things”, escrita por  el escritor escocés Alasdair Gray, no pretende juzgar las razones por las cuales Bella sale de su cascarón para sumergirse en el camino tortuoso de una vida que no conoce. Su mente es una construcción salida de su padre. Sus deseos son los de una niña que busca satisfacer las respuestas que le va generando ese cúmulo de experiencias que va teniendo. Su cerebro es el cerebro de un bebé que nunca terminó de nacer, que se incrusta obligado en el cráneo de una mujer suicida. Cuando Bella conoce a un hombre que le ofrece un mundo nuevo, prometido a un ser que no tiene maldad, decide perseguir sus deseos más sinceros. En Lisboa potencia su satisfacción sexual, sin el menor de los pudores; en Alejandría sabe que los absolutos no tienen cabida en ella, sus pensamientos encuentran nuevos aliados con sus dos  acompañantes que siembran semillas de duda en su mente. El encerramiento en aquel crucero, es un obstáculo para realizarse como ser. Conoce también que el mal y la miseria del mundo son dos ingredientes comunes en la sociedad de la cual todavía no hace parte. En París, se vuelve puta y descubre que un placer tan natural como el del sexo, también tiene sus límites y un hombre paga por satisfacer los deseos de la carne.

De regreso donde su padre, conoce toda la verdad y entiende que a pesar de las dificultades que no son puestas por mano propia, sino, que son producto de las obsesiones egoístas de los otros, son las que determinan el camino. La posibilidad de hacer el mal es una posibilidad cierta que Bella experimenta y también se puede aprender de él.

Con “Pobres criaturas”, de Yorgos Lanthimos, encontramos una bocanada de aire entre tanto formalismo cinematográfico que va por la apuesta segura, cuyo propósito sólo se encuentra en el rédito económico. La recuperación de estilos cinematográficos retro, es más bien una recuperación sustancial de la creatividad artística. Esta obra fílmica es un aporte audiovisual a la necesidad de comprender la naturaleza humana, a través de un personaje inolvidable, Bella Baxter, quien nos recuerda que la inocencia existió alguna vez en cada uno de nosotros y hemos venido dejándola de lado, con las responsabilidades sociales que nos agobian cotidianamente.