No te vayas, Henry
Daisy cutter, Tomory Dodge
¿Cómo vivir sin ti? Eres mi todo. No puedo dar un paso sin que en ello
estés. Y aun así, te he descuidado siempre; por más que me vaya sin despedirme
y luego regrese a pedirte ayuda, tú estás presente, dándome tus manos, sobre
todo en los momentos más duros de mi vida. Debería ganarme el premio a la peor
hermana de la historia.
Recuerdas cuando, luego de una larga noche de aguardiente y bareta, me
abriste tu sombrilla y me llevaste abrigadita hasta mi casa y me acostaste
cuidadosamente al lado de mi Karen. Ella estaba dormida sobre su brazo derecho
mientras tú me quitabas la chaqueta y vigilabas mi sueño, antes de que incluso
me depositaras sobre esas sábanas calientes y me pusiste al lado de ella, la
niña; sola porque tú no podías cuidarla esa noche.
Me avergüenzo de todo. De lo que no te he dicho, de lo que te dije y de lo
que hice y no hice contigo. Mi querido Henry. Me has protegido sin que yo me lo
merezca. Has respirado por mi cuando mis pulmones ya no podían hacerlo por el
exceso de humo en ellos. Por eso yo te quiero, por eso te traté de ese modo
porque sabía exactamente que tú estarías allí para apartarte de tu familia y
salir por esa puerta bajita a recibirme en las calles, en cualquiera de ellas.
Y tantas veces te tranzaste en peleas con esos tipos que sólo querían follarme
y a ti te daba tanta rabia que no podías contenerte, mi querido Henry. Mi niño,
mi hermanito menor y mi padre por ahí derecho, porque el nuestro se fue sin que
ambos hubiéramos acariciado siquiera sus manos.
Y a mi madre no la tuvimos mucho tiempo; recuerdas que nos decía tantas
cosas, sobre las mismas cosas. Pero ella prefirió el trago por encima de
nosotros. Bebía y bebía como si no tuviera más tiempo de tomarse la última copa
¡Oh Henry! Somos tres. Tú y mi niña. No permitas que alguien arruine lo
nuestro. No metas a nadie, dile a Teresa que se vaya, que me repugna cómo es,
que no quiero que se acerque a mi hija. Recuerdas, Henry, cuando la dejé sobre
la silla metálica del paradero de buses. Yo simplemente me fui a peinarme con
esos amigotes, y tú me revolcaste como un poseso y yo no podía ni hablar, no me
acordaba bien en qué paradero había dejado a mi niña. Entonces recorriste la
ciudad entera, preguntando a cada persona por esa niña encogidita y flaquita
que tiene los ojos azules como los míos.
Pegaste papelitos en los postes, los recortaste con esas tijeras mohosas que
eran de nuestra madre y con las que algún día intentó rebanarse el cuello
cuando nosotros la veíamos hacerlo. Pero tú, mi querido Henry, la llevaste a
urgencias y le salvaron la vida. Y lloramos los dos, nos refundimos el sueño en
el sufrimiento de estar cerca a esa mujer que no podía ni con su propia alma.
Así lo hiciste con mi niña, la hallaste, le tendiste una sábana sobre su
cuerpecito frío en esta ciudad de los demonios que me hiela los huesos. Y diste
una jugosa recompensa, sacaste la plata de la registradora de tu tienda. A ti, Henry, no te ha importado la plata
cuando es para mí. Tanto que la cuidas de los otros, pero a mí me la regalas
como si no te costara nada conseguirla mientras yo me la gasto miserablemente
en esas botellas de aguardiente o de ron o de chirinche, lo que sea que me
saque de esta mierda. No lo soporto Henry. Me he portado mal y no lo mereces.
No lo mereces. Si creyera en el infierno yo sería otro demonio compitiendo
con satanás. Nunca le dijiste. Ella supo lo necesario, que se perdió en un
descuido tuyo, después de haberla tenido a tu lado en la casa de tu esposa.
Pero te echaste la culpa. Sólo lo sabemos tú y yo. No se lo dijiste ni a ella,
esa harpía que no soporto pero que tú adoras, aunque no tanto como me adoras a
mí. Fuiste a la policía y pusiste el
denuncio de su pérdida y cuando la conseguiste, mentiste por mí, para salvarme
de una investigación y evitar que el ICBF me quitara la niña. A ella nunca le dijimos.
Ella no sabe que la dejé a la vera de una calle, aguantando el frío de esa
madrugada en tanto pasaban indigentes metiendo pegante y yo bailaba con esos
desechables amigos míos. No sabía nada. Se me quedó allí. Luego me di cuenta
que la niña ya no estaba. No creas, Henry, que lo hice a propósito, simplemente
se me pasó. Lo importante es que ella se encuentra con nosotros, contigo y
conmigo. Ella siente algo. A veces me pregunta por qué tiene la piel fría si
hace calor. Las manos le sudan, los pies no los siente y lleva siempre un buso
sobre el cuerpo porque no soporta la temperatura. Yo la abrigo, la abrazo, pero
evito hablar de eso. Total, ya pasó, Henry.
Pero tú le contaste una historia llevadera para mí, le dijiste que yo
estaba trabajando para conseguirle un carrito nuevo porque el que tenía ya no
servía para nada. Y mi niña sonríe cada que tú le repites esa historia. Esa es
la mejor de mis satisfacciones, porque yo no tuve la culpa. Yo sólo estuve
disfrutando con mis amigos, ¿no es verdad, Henry? El tiempo es un enemigo
inmanejable. No lo soporto. No te vayas, hermanito. Llévame contigo. No te
mueras. No me dejes sola en este mundo. Sólo me complace la compañía de mi niña...su
sonrisa y sus grandes ojos azules. No te queda mucho tiempo y te vas. Dejarás
un suspiro latente en el aire para que cuando yo no pueda respirar tome una
bocanada gratuitamente, mi querido Henry. No se lo diremos. Ella te recordará
como su verdadero padre y yo rasguñaré la puerta de mi cuarto con tu recuerdo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario