A solas
Solemos uniformar las miradas porque nuestros pensamientos también lo son.
Debemos actuar de un modo u otro, pero de aquel, porque está lejos. Nosotros
los humanos cuando salimos de los predios que nos pertenecen o que reconocemos
cercanos estamos seguros, pero si nos alejamos, sentimos una incertidumbre, tan
amenazante que reaccionamos volviendo. En esas actitudes esperables se
encuentra el origen de nuestro aburrimiento. A veces queremos escapar para
explorar nuevas rutas vitales. En serio lo sentimos, palpita dentro nuestro
como un imperativo. Ese acostumbramiento a lo mismo se volvió un comportamiento
inmodificable por nuestra mirada del mundo.
Es poco frecuente romper con eso. En el silencio, atrapado en el marasmo de
la cotidianidad, encontramos momentos exclusivos, llenos de eso que exuda nuestra
esencia como singularidad extraviada en el universo y que se hizo común por la
convivencia y la masividad de hombres y mujeres existentes en este planeta. Esa
concentración arruga la mirada, hiela el corazón hasta el fondo de nuestros
recuerdos y nos hace insensibles a la diferencia. Esa singularidad perdida en
los confines de la nada es la razón para seguir viviendo. Cuando te encuentras
solo y asumes una postura no recurrente y estás observado por los otros, habrás hallado la marca de la
diversidad. Así, como estás, en ese instante de arrobamiento, eres tú. Y si te
quedas estático ante un objeto, o algún pensamiento te sorprende en el recodo
del camino, la esquina aparece ante ti como un llamado de algo. Los vientos
cambian constantemente y son libres por ello. La regularidad de su dirección y
la intensidad que aplican al mundo ensancha la costumbre. No obstante, en cada
giro de aquel, reside la novedad. La vida en común es una entelequia. Lo que
verdaderamente tiene un halo de existencia para uno, es la experiencia
concreta, la que recibimos cuerpo a cuerpo, mente a mente, entidad a entidad. Y
si te levantas y lloras y te retuerces en el suelo y decides dejar de llorar y
pararte y salir de ti y reconciliarte con tus deseos de hacer algo, podrías
acercarte un poco a la felicidad que no tienes o que quieres incrementar.
Puedes gritar con todas tus fuerzas y correr como un caballo desbocado por las
calles sin mirar a nadie, luego regresar caminando e inclinarte ante un perro
callejero y sobarle la nuca. Puede ser que en ese acto halles un grado más de
liberación o te desestreses y tal vez, no quieras escuchar a nadie sobre lo que
haces. En el momento que las opiniones y los comentarios reboten en ti como
rebota un deportista sobre el resorte, en ese momento descubrirás cosas que
creía no existían en tu interior. Es posible que algún día salgas de la iglesia
y te tires a la pila del parque mientras el agua sale por las narices de la
gárgola que te mira y sientas el sabor del mal. O rebanes tus faltas llorando a
torrentes y no puedas parar. El miedo habrá invadido tu vida de tal modo que la
sola idea de salir de tu cuarto, te genere un temblor en las piernas. Siempre
tienes una salida. Refugiarte en ti, como un caracol en su caparazón de hierro.
Y si ese miedo despierta las ganas que tienes de reír a carcajadas a la orilla
de un río, sabrás que tus sentimientos no son catalogables, que clasificarlos,
con diferentes niveles de intensidad, te roba el ser. Ese no eres tú. Ese es
solo una proyección de los otros en ti.
A veces el alma sale a pasear y encarna en los actos que han permanecido
reprimidos por la fuerza del miedo. Si, luego de que tu puente colapse, bailas
con tus amigos y los tomas de los codos para aliviar tu pena, te habrás dado
cuenta de que algo ha cambiado en ti. Sabrás que la vida también es eso.
Rebajar la tensión ante el fracaso es un síntoma de sabiduría que ha sido
adquirida por la experiencia, tuya y de otros que dejaron la piel en un
proyecto.
La interpelación al otro, preguntando por los motivos de este o aquel
comportamiento sacan respuestas formales, pero no verdaderas. Solo la
complejidad del alma que permanece escondida tendría una contestación viable
para eso. Si a los hombres y a las
mujeres se les infundieran cargas de independencia tendríamos una mejor
sociedad. Consiguiendo que el individuo logre más autonomía, obtendremos una
sociedad más libre. El egoísmo de los momentos humanos los vuelve más auténticos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario