jueves, 3 de diciembre de 2020

 

A solas

                                                           Las tres gracias, Rubens


 

Solemos uniformar las miradas porque nuestros pensamientos también lo son. Debemos actuar de un modo u otro, pero de aquel, porque está lejos. Nosotros los humanos cuando salimos de los predios que nos pertenecen o que reconocemos cercanos estamos seguros, pero si nos alejamos, sentimos una incertidumbre, tan amenazante que reaccionamos volviendo. En esas actitudes esperables se encuentra el origen de nuestro aburrimiento. A veces queremos escapar para explorar nuevas rutas vitales. En serio lo sentimos, palpita dentro nuestro como un imperativo. Ese acostumbramiento a lo mismo se volvió un comportamiento inmodificable por nuestra mirada del mundo.

Es poco frecuente romper con eso. En el silencio, atrapado en el marasmo de la cotidianidad, encontramos momentos exclusivos, llenos de eso que exuda nuestra esencia como singularidad extraviada en el universo y que se hizo común por la convivencia y la masividad de hombres y mujeres existentes en este planeta. Esa concentración arruga la mirada, hiela el corazón hasta el fondo de nuestros recuerdos y nos hace insensibles a la diferencia. Esa singularidad perdida en los confines de la nada es la razón para seguir viviendo. Cuando te encuentras solo y asumes una postura no recurrente y estás observado  por los otros, habrás hallado la marca de la diversidad. Así, como estás, en ese instante de arrobamiento, eres tú. Y si te quedas estático ante un objeto, o algún pensamiento te sorprende en el recodo del camino, la esquina aparece ante ti como un llamado de algo. Los vientos cambian constantemente y son libres por ello. La regularidad de su dirección y la intensidad que aplican al mundo ensancha la costumbre. No obstante, en cada giro de aquel, reside la novedad. La vida en común es una entelequia. Lo que verdaderamente tiene un halo de existencia para uno, es la experiencia concreta, la que recibimos cuerpo a cuerpo, mente a mente, entidad a entidad. Y si te levantas y lloras y te retuerces en el suelo y decides dejar de llorar y pararte y salir de ti y reconciliarte con tus deseos de hacer algo, podrías acercarte un poco a la felicidad que no tienes o que quieres incrementar. Puedes gritar con todas tus fuerzas y correr como un caballo desbocado por las calles sin mirar a nadie, luego regresar caminando e inclinarte ante un perro callejero y sobarle la nuca. Puede ser que en ese acto halles un grado más de liberación o te desestreses y tal vez, no quieras escuchar a nadie sobre lo que haces. En el momento que las opiniones y los comentarios reboten en ti como rebota un deportista sobre el resorte, en ese momento descubrirás cosas que creía no existían en tu interior. Es posible que algún día salgas de la iglesia y te tires a la pila del parque mientras el agua sale por las narices de la gárgola que te mira y sientas el sabor del mal. O rebanes tus faltas llorando a torrentes y no puedas parar. El miedo habrá invadido tu vida de tal modo que la sola idea de salir de tu cuarto, te genere un temblor en las piernas. Siempre tienes una salida. Refugiarte en ti, como un caracol en su caparazón de hierro. Y si ese miedo despierta las ganas que tienes de reír a carcajadas a la orilla de un río, sabrás que tus sentimientos no son catalogables, que clasificarlos, con diferentes niveles de intensidad, te roba el ser. Ese no eres tú. Ese es solo una proyección de los otros en ti.

A veces el alma sale a pasear y encarna en los actos que han permanecido reprimidos por la fuerza del miedo. Si, luego de que tu puente colapse, bailas con tus amigos y los tomas de los codos para aliviar tu pena, te habrás dado cuenta de que algo ha cambiado en ti. Sabrás que la vida también es eso. Rebajar la tensión ante el fracaso es un síntoma de sabiduría que ha sido adquirida por la experiencia, tuya y de otros que dejaron la piel en un proyecto. 

La interpelación al otro, preguntando por los motivos de este o aquel comportamiento sacan respuestas formales, pero no verdaderas. Solo la complejidad del alma que permanece escondida tendría una contestación viable para eso.  Si a los hombres y a las mujeres se les infundieran cargas de independencia tendríamos una mejor sociedad. Consiguiendo que el individuo logre más autonomía, obtendremos una sociedad más libre. El egoísmo de los momentos humanos los vuelve más auténticos.

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