Sin novedad en el frente de Erich María Remarque
Ya son varias las adaptaciones cinematográficas que se han realizado de la
novela: “Sin novedad en el frente”, escrita por el soldado de la primera guerra
mundial, Erich Marie Remarque, cuyas vivencias en esa primera gran
conflagración inspiraron las palabras que dieron vida a uno de los libros más
influyentes del siglo XX. La de 1930, ganó todos los premios conferidos a las
obras cinematográficas de la época, incluido el Óscar a la mejor película y a
la mejor dirección. Ahora tenemos la
obra dirigida por Edward Berger y protagonizada por Félix Kammerer, quien en un
convincente papel del soldado Paul Bäumer, nos regala una poderosa película que
revive los horrores de la guerra y cómo se mantienen impresos en la conciencia
de la humanidad.
El joven soldado Báumer, es seducido por las apologéticas palabras de un
profesor que elogia las bondades de servir a la patria. Su entusiasmo
rápidamente lo conduce a las trincheras occidentales en Europa, para darse
cuenta al fin que tanta edulcoración oculta todo el dolor que implica meterse
en las gargantas de la muerte. Todas las vivencias experimentadas por el
soldado son declaradas como un solo sentimiento de miles de asesinatos de
muchachos que nunca imaginaron que la alegría y el fervor que les inculcaron
los líderes alemanes, eran funcionales a los intereses dirigenciales de
políticos que pactaron un conflicto abstracto para ellos, mientras que, para
los combatientes, se convirtieron en verdaderas tragedias sentidas en carne
propia. La película trae una diferenciación de puntos de vista que se divide en
tres partes: En primera instancia, los soldados recorren los campos
empantanados, avistando al enemigo, y disparando hacia todos lados como
máquinas que no tienen control. Paul mantiene intacto su amor por los amigos
con los cuales se mete en esta guerra demencial; lentamente va descubriendo
cuál era la verdad de aquello que le pintaron como un servicio al país. El
director nos regla hermosas secuencias de acción violenta, en las que
encontramos episodios dignos de rememoración. El fuego desperdigado sobre la
humanidad de los soldados alemanes por parte de los soldados aliados mediante
lanzallamas, potencian la locura de las acciones que los militares realizaron
en los campos. La lucha cuerpo a cuerpo entre Paul y un contendiente francés,
en el que el soldado alemán hiere a su adversario con varias puñaladas; luego
el arrepentimiento que sufre ante la
vida que se extingue; las fotografías de su esposa e hija que extrae de su
bolsillo, el intento por salvarle la vida y finalmente, la vida cegada por su
propia mano; el llanto, la soledad de un hoyo en el campo mojado por la lluvia
impregnada de sangre…
Por otro lado, los ingentes esfuerzos del político interpretado por Daniele
Brühl, cuyo hijo murió en esa guerra, y que ahora intenta parar. No obstante,
los aliados de la Primera Guerra Mundial, estaban decididos a lograr una
abdicación total de Alemania. Más que una, buscaron la humillación que se
prolongó hasta el año 2010, cuando esa potencia europea terminó de pagar sus
onerosas indemnizaciones, producto del Tratado de Versalles de 1919. Edward nos
muestra los afanes vindicativos de los vencedores. El director es enfático en
el botín que se obtuvo luego de esta demencial guerra: sólo se corrieron unos
metros las trincheras en el frente occidental, pero en cambio murieron más de
cincuenta millones de personas.
Por último, las egocéntricas palabras patrioteras de un general alemán, no
sabemos con certeza si es Ludendorff o Hindenburg, en las que, recluido en su
ostentosa casa, junto a su perro a quien le da trozos de pollo, reflexiona
sobre los esfuerzos que todo verdadero alemán debe entregar por una Nación
poderosa. Esa prepotencia mezclada con el chauvinismo de los germanos, antes y
durante la Primera Guerra mundial, se aunó a la humillación que padecieron por
la venganza consignada en el tratado de Versalles y crearon el monstruo de otra
guerra pavorosa que fue catalizada por la grandilocuencia y las pretensiones
redentoras de un megalómano como Hitler.
Las poderosas escenas creadas por el director, evitan la melosería
reflexiva que condenan la guerra con sentimentalismos audiovisuales. Por el
contrario, hace uso de artificios que funcionan bien, como los silencios y los
ruidos de relámpagos que anuncian el inicio de la guerra. La película no
pretende ser una obra más de un episodio histórico que se encuentra en los
anaqueles de una biblioteca, sino un conjunto de emotivas imágenes que permiten
las reflexiones más profundas del sentido que tienen estos hechos para el ser
humano. ¿Es la guerra parte de la naturaleza humana? ¿Se puede humanizar el
horror que produce esta serie de actos tan crueles? ¿Tiene sentido exponer a
tanta gente a la muerte para obtener una porción de territorio?
Por encima de todo, el director quiere mostrarnos las vivencias de hombres
que han sido llevados allí, a los campos de la muerte donde se libra una
guerra, sin saber, tal vez, las causas de ésta. El dolor en el rostro, las
laceraciones, la mirada contaminada por los fuegos artificiales que producen
los cañones, el paso de los tanques por los suelos mientras los soldados son
destripados, son la verdadera guerra. No la de los políticos o generales que
planifican en el papel como las estrategias que diseñan llevan a más jóvenes a
la muerte.
El 11 de noviembre de este año, nos
recuerda los 93 años de haber terminado la Primera Guerra Mundial, y sigue hundiendo
en nuestras mentes el fantasma de una nueva conflagración.
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