Rebelión
De José Luis Rugeles
El emprendimiento de un proyecto como éstos, requiere de mucho valor, de
algo de locura y de harto aburrimiento. Lo primero, porque los intentos de
mostrar la vida de Joe Arroyo han terminado en trozos biográficos límpidos y
predecibles, pero sin ningún tipo de sustancia; la segunda, porque cuando se
habla de un ídolo es arriesgarse a levantar una polvareda de la cual es difícil
reponerse y; el tercero, porque pareciera que todo está dicho en una biografía
y, una película, tal vez, sería una nota al pie de una obra ya cerrada.
Por eso José Luis Rugeles es valiente, insano mental y un ocioso
desbordado. Su película: “Rebelión” del año 2022, logra saltarse los obstáculos
previos y alzar un vuelo majestuoso que deja sin aliento a los espectadores que
se arriesgan a ver esta maravilla de obra. Con recursos visuales que incitan al
espectador a sumergirse en este marasmo de sensaciones, tan íntimas, verdaderos
trances de creatividad, la cámara gira en todas direcciones con un ritmo de
avance lento, sin esos saltos cuánticos que a veces desnaturalizan una obra
fílmica. Las paredes no son impedimentos para que la imaginación y las notas que
surgen en la mente de un genio musical, evadan los límites de las dimensiones
físicas; Joe Arroyo, allí, en esa habitación, donde concibe sus piezas
artísticas, es verdaderamente libre porque no tiene las ataduras del público.
El tiempo es envolvente y su flujo es la posibilidad de explorar la realidad
desde todas las formas de la percepción humana. El director está empeñado en
imponer su punto de vista sin ignorar al personaje, tal como suelen hacerlo las
películas biográficas. Esa obstinación creativa moldea un estilo en esta pieza
cinematográfica a través de los colores oscuros entre interiores que explotan
con los sonidos metálicos de las trompetas y de las teclas de ese piano que
hace retumbar “Chelito” de Castro, cuando suena en ese cuartucho, “La rebelión”,
tocado por músicos escogidos de modo personalizado por el maestro cartagenero,
muerto en el año 2011. La escrupulosidad visual se impone en los detalles, las
manchas en las paredes, el hongo del tanque del sanitario, esos pisos acabados
y oscuros, el remolino de objetos que yacen esparcidos por el suelo, la cama
destendida y poseedora de envolturas de cigariilos, frascos, cervezas, licores,
las medias luces que apenas alumbran ese espacio sórdido son la vida del
artista; lo constituyen a él en tanto son productos esenciales de su vida. No obstante,
la claridad de las notas, fluyen de su cabeza sin ninguna mácula, lo vemos en
algunas escenas memorables, cuando, de sus infiernos personales brotan sonidos
que se hacen materia en la voz del “Joe”.
Su empeño por lograr la presencia plena de su África amada, invocándola
desde las honduras más inescrutables a la realidad por medio de la música se
puede apreciar en pleno en la escena de la grabación de “Rebelión”, en la que
todos sus músicos de trabajo se reúnen. Todos tocan, suena el piano, luego los
demás instrumentos, después Joe Arroyo canta, desgarrado, sudando, con el baile
como su segunda piel. El cuarto coloreado de tonos rojos y marrones, es una
gran concha acústica. De repente, el musico dice que todo ha quedado bien…Pero
hay que repetirlo. El sudor de todos ellos no es suficiente para borrar esa
intención del “Joe” de hacer una canción perfecta. Luego todo se va al carajo.
Allí está: la lucha con el mundo reverdece otra vez. O está muy maduro para él
o ya su tiempo se ha ido a habitar a otro lugar. Lo único que le importa es
expresar sus sentimientos más íntimos de un modo veraz.
Su universo personal se había quedado en África. Por eso Joe Arroyo sentía
el llamado de su pueblo como una condición de vida; la música, como su medio
natural tenía que servirle para llegar a ella. Los estados alterados de
conciencia los elaboraba con sonidos. Rúgeles nos propone mirar la vida del
músico, no del personaje. Entre su existencia cotidiana y su música no hay diferencia.
Los enredos de la burocracia vital, constituyeron frenos que distrajeron la
creatividad y la apuesta de su vida hacia la posibilidad de encontrar sus orígenes.
El actor John Narváez personaliza al personaje, lo hace suyo, lo trae a la
vida física y le pone un cúmulo de sensaciones que se encarnan en cada uno de
los movimientos, miradas, gestos que le incorpora. Su actuación es digna de cualquiera de las
mejores del año. Los libros: “El centurión de la noche” y “¿Quién mató a Joe?”,
de el periodista bogotano Mauricio Silva, fueron el sustento investigativo con
el cual, José Luis Rugeles, compone esta obra cinematográfica.
Lejos del tremendismo, la película, le rinde un homenaje a uno de los
artistas musicales más importantes del continente, acercando la lente del
espectador a los ojos de Joe Arroyo, por donde se va introduciendo hasta lo más
recóndito de su alma. La intención, parece, no emitir juicios morales, ni
reprobaciones estéticas, sino beber un poco del caudal de sensaciones vitales
que conformaron la vida de un gran músico que sigue entre nosotros. “Rebelión”,
puede abrir un camino distinto en el cine biográfico colombiano que de un modo
u otro permita desmarcarnos del maniqueísmo con el que se ha tratado
habitualmente. Las personas no pueden ser encorsetadas con rasgos de
personalidad tipificados por el mercado fílmico. Hay que ponerse del lado de
los personajes, sobre todo si están muertos, para rendirles un verdadero homenaje.
Para ello, se necesitan: valor, locura y aburrimiento.
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