lunes, 9 de enero de 2023

 


Los reyes del mundo


De Laura Mora Ortega


Han cambiado los actores, pero el conflicto persiste, del mismo modo y en los mismos territorios. El cine que ha intentado mostrar esas realidades, en buena parte ha enfocado su mirada en situaciones problemáticas en las que los jóvenes se encuentran inmersos, porque no son protagonistas de un conjunto de sucesos a los cuales han sido arrastrados sin poder determinar el curso de esos acontecimientos, en su mayoría violentos. “Los reyes del mundo” de la directora nacida en Medellín, Laura Mora Ortega, continúa con esa tendencia que es producto de las condiciones sociales de nuestro país, pese a los esfuerzos de algunos líderes políticos de lograr una paz estable y duradera.

Esta obra cinematográfica ha recibido varios reconocimientos nacionales e internacionales, incluida la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián, en España. Su galardonado paso por el mundo es un esfuerzo estético importante de una mujer que ha querido mostrar la génesis del conflicto colombiano: la tenencia de la tierra. Los protagonistas de esta película son: Carlos Andrés Castañeda, Davison Flórez, Brahian Acevedo, Cristian Campaña y Cristian David Duque, cinco actores naturales que representan a cinco muchachos que salen de los extramuros de Medellín, debajo del metro, para emprender un viaje que busca llegar a Nechí, Bajo Cauca Antioqueño, con el fin de recibir por parte del Estado un pequeño predio que ha sido devuelto después de un despojo paramilitar, por medio de una sentencia judicial, luego de que la abuela de Ra, se la dejara en herencia. A la usanza de los road movie todo en el camino es una turbulencia de acontecimientos que dejan varias enseñanzas que convergen en la misma desazón, el hecho de que en Colombia no existe equidad. Ni la justicia ni la misma sociedad han emprendido un esfuerzo conjunto de equilibrar el modo de vida de los ciudadanos que habitamos el mismo país.

La película teoriza visualmente con la mezcla de felicidad y crueldad. La primera es una consecuencia de la segunda. Los personajes buscan paliar el dolor en los juegos que se inventan fruto de la compañía y de la necesidad de evaporar las penas con sus energías arrojadas al viento hasta que la tormenta llegue y se lleve tanta efusividad. Algunas escenas son condescendientes con el sufrimiento como el juego con las vacas que sueltan en medio de las mangas quebradas de esa Antioquia atrapada por los señores de la tierra, o los abrazos de las  meretrices rurales que aprietan a esos jóvenes en busca de consuelo, albergados en una casa desvencijada, con una bandera arqueada y descolorida y un escudo escuálido que cuelga de un pórtico estrecho, o esa hermosa secuencia del baño con manguera que trae el agua purificadora, con un fondo montañoso, mientras los cuerpos de estos niños se solazan a la intemperie. Y son los más humildes quienes les tienden la mano en ese penoso transitar por carreteras zigzagueantes, prendidos de las tractomulas que arrastran esas bicicletas desvencijadas. El anciano enjuto que los recibe en su humilde morada, les comparte un poco de comida y su techo y además les advierte sobre los peligros de aquel paisaje, gobernado por seres poderosos que pueden aparecer de pronto; como una especie de eremita se posa sobre lo alto de la colina para mostrarles el río que deben  cursar para llegar a su destino. Mientras aquellas personas que tienen algunas posesiones, haciendo funcionar la economía del territorio los desplazan, los segregan como parte de la dinámica productiva que los marginados no operativizan. Los hacendados los secuestran y los expulsan como parte de una política de ablandamiento social, haciendo uso de la fuerza física. Los dueños de la discoteca donde los jóvenes se embriagan saltando y bailando, los expulsan, les hacen saber que quienes mandan en aquel sitio son los lugareños y nada puede alterar el orden del territorio.

Finalmente, la funcionaria de la oficina de restitución de tierras transmite el mensaje estatal de inoperatividad. Ra, no puede entender la ineficacia de tanta tramitología ante un hecho que para él es evidente, su abuela lucho toda la vida por ese pedazo de tierra para que ahora no le reconozcan su derecho de habitarla como heredero natural, luego de que los paramilitares se la arrebataran con el fin de explotar el oro.

El mundo onírico de Ra es una necesidad espiritual que lo evade o le permite luchar con esa realidad tan envolvente. Su caballo blanco aparece en un lote entre dos calles de Medellín y detrás de un árbol de la rivera o en un sueño que impregna de misticismo la realidad de las calles de esa ciudad donde se ha naturalizado la violencia.

La película es una desenvoltura de sentimientos, de deseos insatisfechos propios de una voluntad edénica que no entiende de burocracia ni de razón instrumental. La única razón válida es el derecho natural de su abuela de poseer la tierra de la que fue expulsada. La conciencia de que la vida es efímera no mide el peligro. Por eso las peleas a puñal de aquellos jóvenes por una o por otra razón.  Ra, Sere, Nano, Winny y Culebro son cinco jóvenes marginados que solo se tienen entre sí. Ahí vive la grandeza del gran Víctor Gaviria con sus películas. Esos jóvenes son víctimas de la exclusión de la sociedad, que sufren el racismo, la marginación política y económica, que han aprendido a sobrevivir en la calle por el abandono estatal delegada por padres y madres ausentes.  Su naturaleza ha sido moldeada por el contexto en el que han vivido desde su nacimiento. Ese es su mundo.

 


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