El alma de las cosas
Jorge
Abel Carmona morales
Las cosas tienen alma. Refundimos nuestros
pensamientos en el fondo de un cajón y luego, cuando los extraemos, sacamos
también algo que ya no estaba. O mejor, sí estaba, pero de otro modo. No es que
tengan otra consistencia, ni otro color, ni otro aroma. Sólo tienen un amasijo
de recuerdos entremezclados que con el paso del tiempo aparecen extrañados para
nosotros. Esa nostalgia de ver aquello que un día fue tan normal, que estuvo
allí, al lado de nuestras horas casi sin tocarnos o que, tocándonos, no se
hicieron notar, es un misterio. Tienen magnetismo. Ese paisaje de cosas es la
constatación de que significan mucho para nosotros. No pueden estar al margen
de nuestros días, pasan por la vida convirtiéndose en la nuestra. Destapas la cajita nacarada de adminículos que
has venidos acumulando en tu memoria, que han sido de tu madre o de tu tía o de
tus hermanas mayores y desprenden un aroma de flores que murieron un día para
renacer en el momento en que las citas para verlas. El tiempo se detiene,
retoma un nuevo aspecto tan cercano en esos recuerdos permanentes, pero tan
huidizos en esa plataforma de la memoria cercana. Se juntan todas las personas
en un escenario de ojos que ven lo mismo que tú, pero que emanan impresiones
distintas en quienes se atreven a levantar esa lapida inmortal de tus
impresiones muertas. Sólo allí reconoces que el pasado tiene vida, que lo que
llaman años idos es tan sólo la ratificación de que las cosas viven
eternamente. Esa ciudad de muertos que se aparece en tu casa y birla el olvido,
puede transportarte a la más intrépida de tus alegrías, o puede devolverte la
capacidad de llorar sin que apenas lo sepas. O tal vez, pueda construirte un
nuevo mundo al que preferirías irte a pasar el resto de tu vida. Las cosas tienen vida. Son la vida de quienes
se movieron contigo en la dimensión en donde decidiste pasar un momento a solas
pero acompañado de almas que no te pidieron compañía y que te dieron su tiempo
para compartirlo en un mal trago o en el más apoteósico de los instantes
duraderos. Cuando ellas mueren, cuando no las ves y cuando destruyes su forma,
distorsionas el pasado. Se achica o se agranda, se vuelve flexible como una
varita de plástico delgada que no alcanzas a abarcar con tus manos. Así como
las imágenes de las personas que quisiste y a las que has erigido como
continuación de la materia que las cosas te regala, así has prolongado tu alma
a través de los recuerdos. Quizás una
nueva vida no es cambiar de imagen sino cambiar de cosas. Asumir que las cosas
no perpetúan mis recuerdos, deshacerse de ellas, es deshacerse de los otros.
Esas cosas que vaciaron tu aliento hasta hacerlo un recuerdo, son el alma de lo
que llaman vida.
14 de diciembre del 2022
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