jueves, 18 de junio de 2020


Aire en los bolsillos

Jorge abrió la puerta de ese frío cuarto una mañana cualquiera de un enero pasado por agua. Se revisó los bolsillos delanteros de su pantalón mojado por el agua del amanecer. Encontró el encendedor amarillo que alguien le había pasado la noche anterior. Como siempre, los encendedores eran gratuitos y de sus pocos pesos no usaba una sola moneda para comprarlos. Ese dolor de cabeza en la parte posterior le incomodaba, pero siempre lo borraba dejando que las cosas se acomodaran solas.  Fue al baño y defecó con la misma dificultad de todos los días. Estaba seguro que aquello era de la cabeza. En su mente, los recuerdos se acumularon como una borrasca traída de algún recuerdo bonito o de algo que le molestara y con lo que lidiar, aunque eso no era prioridad. Prefería que todo sucediera como tenía que pasar.  Natalia se le había metido entre la piel y la carne como una puñalada bajo un sol insoportable.
Intentó dormir, pero ese problemita ya no era con él. Dejó que el peso de los ojos cayera como había caído ese último pedazo de cigarrillo en brazos de su Natalia. Desde que se había dado cuenta que el sueño no llegaba con solo convocarlo se dio cuenta que aquellos pensamientos que más absorbían su atención, eran los más importantes. Y sabía que ya nada le parecía tan importante. Fue a la cocina y preparó un poco de café, pero se dio cuenta que el frasquito donde lo guardaba estaba vacío. Ni tinto ni cigarrillo. Los únicos objetos que realmente lo ataban a la realidad. Ahora qué?, pensó. Tomó ese libro sin portada que reposaba sobre la almohada, sabiendo que ello era como un verdadero amor que te recibe con las palabras más hermosas del mundo y te las canta sin pedirte nada a cambio y leyó, Jorge leyó como si nada en el mundo tuviera más importancia que eso. La lectura  se le atravesó en la garganta, los pensamientos iban y venían como el desorden de todos los días. Todo era tan rápido, el tiempo pasaba y no tenía la posibilidad de capturarlo. Era como una mariposa tornasolada que deambula por el aire pero sin reposo alguno. Y ese reposo no lo entendía, Solo cambiaba y cambiaba. Decidió salir a la calle para combatir ese desespero. Hace tiempo que pensaba en su vértigo. Su mente no descansaba. Sus pensamientos eran torbellinos sin orden que lo dejaban desahuciado en cada embate. Tomó aire. Eso era como una prueba de todos los días. Le oprimía el pecho encontrarse con personas a las que debía saludar por pura conveniencia. Sintió vergüenza de su cobardía. Todo era protocolo y él ya se había alineado. Toda su vida lo había hecho. El miedo ahora se mezclaba con una culpa ociosa, que no dejaba nada.  Pero ese miedo de dónde salía. Si nada le importaba tal vez era porque todo era importante. Se cansó… la mente otra vez. Las manos en los bolsillos y tenía unas ansias terribles de fumar un cigarrillo. Ni un peso. El puente estaba cerca. A lo lejos quizá podía encontrar a alguien que se apiadara de su necesidad. Esa cara de sufrimiento en la pantalla. Y hablaba con suficiencia, hablaba como si fuera un niño recitando el último poema del mundo y para Jorge eso tenía sentido. La literatura era lo que más sentido tenía, Sentía que sus amigos imaginarios le oprimían el pecho y le dificultaban respirar con sus hermosas palabras. A veces sentía la envidia como le despedazaba el pecho, esa opresión incontrolable le consumía la tranquilidad. Su mundo eran palabra en el aire. Un cigarrillo, un recuerdo, un verso que luchaba por salir al exterior. Repetía lo que su mente desordenada le dictaba. Ahora en el puente todo parecía claro. Tuvo miedo, el miedo de Jorge era no poder leer nuevamente los libros que tanto amaba. Lloviznaba. Las palabras en su cabeza se mezclaban como un rico manjar. Volteó. Tal vez uno de sus amigos se atravesaría en el camino de regreso a ese cuartucho fío y tuviera la compasión suficiente de regalarle un cigarrillo desgastado.

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