viernes, 26 de junio de 2020





El hombre sin tiempo



Hay rostros que se quedan titilando en los ojos luego de cerrar los párpados. No se van nunca. He pensado que tal vez, ellos representan ansiedades inexpresadas desde la infancia, pero de las cuales no se puede pensar nada. Una de esas imágenes es la de Gary Cooper. Lo he visto siempre. Es un actor que no tiene contexto porque parece que al sucedersen los siglos, permanecerá indeleblemente en la memoria de todo el mundo. A algunos no les habrá de importar su nombre, a otros, ese nombre tan sonoro, será un referente audiovisual que habrá de acompañarlos todo el tiempo.  Puede uno imaginar una personalidad detrás de la cara que nos ofrece en cada una de las numerosas interpretaciones que hizo, porque, no hay en la historia del cine de Hollywood un actor más solipsista que él. Quizás John Wayne, pero éste se convirtió en un estereotipo del Western al que no se le puede pensar sin un atuendo, sin una mirada particular o sin una estampa. En cambio, Gary Cooper interpretó decenas de personajes de características variopintas. Su mirada penetrante, su estatura, su rebeldía estética para un momento de tipos duros y de proporciones o rollizas o delgadas, pero con los atavíos de una década o de un par de décadas, son rasgos propios, con un estilo único construido en cada actuación. Es el hombre que no muere a pesar de haber dejado este mundo tres semanas después de haber cumplido 60 años. Tuvo varios roles al lado de legendarias figuras cinematográficas como Burt Láncaster, por ejemplo, y besó los labios de hermosas mujeres como Marlen Dietrich o Ingrid Bergman, pero no pudo ser atado a ninguna, no pudo relacionarse con ninguna de esas divas de los años dorados, porque el encanto de ese actor nacido en Montana un 7 de mayo del año 1901 no tenía lazos. Hay hombres que pueden cambiar de ropa pero nunca, mudan de piel. Gary Cooper hacía obras fílmicas con pretensiones corales pero su personalidad daba al traste con esa pretensión.  Como actor le quedaban mejor los papeles serios que encarnaron el prototipo ético de los Estados Unidos: bien parecido, valiente, denodado, fuerte, pero por encima de todo dueño de una bondad que se desbordaba por su cuerpo y envolvía de buenas energías el ambiente y las vidas de quienes lo acompañaron. En muchos de sus filmes representó personajes con cierto aire de independencia pero esa autonomía se esfumaba con las necesidades y el sufrimiento de los personajes que le acompañaban; luchando solo contra el peligro, enfrentando al mal con la desolación del miedo que los demás le dejaban, jugaba con la muerte por encontrar la libertad del otro o por librarse él mismo de ese remordimiento que le enlutaba el alma hasta entregar su vida por la de quienes lo requerían. Al encuadrarse en los formatos psicológicos de personajes que a la gente le gustaba, el actor estadounidense, estaba dejando una huella inequiparable, porque pese a todo ese arsenal estigmatizador que el cine infligió a la cultura moderna, un hombre pudo crear un universo original que hacía ver las películas como suplementos de una inmensa figura que la posteridad reclamará perdurablemente. Pero la figura del galán atribulado no le quedaba, su imagen atribulada le quedaba bien al personaje que interpretara. Cualquiera.  Detrás de su rostro delgado y de sus ojos azules no podemos ver un hombre normal. No podemos ver a un hombre de casa ni con esposa ni con hijos debido a que el era propiedad de todos, de los espectadores que obnubilaban su vista por el nombre de Gary. Las mujeres no podían no enamorarse de este provinciano que se abrió camino en un momento de profunda crisis económica y luego, con la llegada del cine sonoro y con la entrada del color al cinematógrafo, permaneció vigente pese a que llegaban y llegaban los nuevos actores con taquillas astronómicas. Pero a Gary Cooper eso le pasó por los costados y él siguió siendo el mismo. Con los nuevos prototipos y con los nuevos rostros, con la llegada de Marlon Brando y con la entrada en escena de James Dean, él siguió siendo una de las mayores estrellas del cine. Si los jóvenes actores de hoy compartieran set con Gary Cooper se asombrarían de esa perenne vigencia de su colega estadounidense. El gusto se forma. Los rostros son construcciones sociales también, pero para Gary Cooper las construcciones las impuso él a pesar de que físicamente ya no se encuentra con nosotros.

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