viernes, 5 de junio de 2020




Sobre los libros



Hay distintos tipos de amor. Uno de ellos es eterno. Dura toda la vida. Por lo menos la de uno, cuando existe tal devoción a algo que no puede pasar un solo día en que los pensamientos no converjan hacia lo que desgarra el alma con solo pensarlo. Los libros son compañeros necesarios que están dispuestos para usarse. Parecen hablar, parece que tuvieran comunicación entre ellos. Borges habla con Milton y este habla con Groussac. Y todos hablan con Homero. Son artistas contemporáneos por la dedicación y el amor que tenían a sus obras. La de lectores y la de creadores. La eternidad consiste en la repetición de cosas que son agradables al alma, sin que el tiempo se interponga en esa felicidad. Los mundos que recrean los libros amplían la imaginación del hombre, sin demeritar la importancia de la inmediatez. El hombre es un océano sin agua que navega en las  de su propio mundo, trasegando por senderos peligrosos que posiblemente lo lleven a la muerte. Pero esa muerte es consentida, trae consigo, los demonios y las alegrías que sospecha, las tiene alojadas en su corazón. La mente sólo las construye imaginariamente. El libro o los libros son las herramientas más expeditas para conocer esa inmensidad, ese extenso camino que debe cruzar cada ser humano hasta completar su destino. En una biblioteca se encuentra aquello que somos, esperando a que nuestras manos lo tomen y luego nuestros ojos descorran su mirada por cada una de las letras y el vasto silencio de nuestra alma decodifique lo que ya sabíamos, pero que algún día hemos olvidado. Por eso esas generosas manifestaciones de la infinitud, que son los libros, son exclusivamente un portal hacia nosotros mismos desde afuera, donde se haya todo lo que deseamos, pero donde al mismo tiempo no tenemos nada. Los libros conjuran la turbulencia de la noche, amaestran las bestias dormidas que nos desuellan al amanecer. Los libros encierran la traición que supone no dedicarse la lectura hasta que por algún llamado de otro tiempo sentimos la necesidad de volver a otros. Yo imagino una historia contada por alguien mientras se escribe un extenso poema en que mi vida y la de quienes rodean mi existencia se compenetran eternamente. Salvo que mis seres más queridos habitan en otras épocas y en otros espacios. Ellos escriben todo el tiempo porque su destino era ese. Escribir para otros, aunque en el fondo, la escritura sea un paliativo para la desorbitada personalidad de los artistas. Cuando tomamos un libro de un estante atravesamos un túnel que nos desviará del mundo tangible por unos momentos, aunque esa experiencia de lectura no tenga ninguna caducidad. La transformación que sufrimos es el producto de lo que nuestra imaginación ha hecho del escritor. La obra ya nos pertenece y los poetas o los prosistas se vuelven instrumentos de nuestra capacidad de cambiar una obra. Pero la obra estará allí, para siempre, esperando que un lector reinicie ese hermoso ritual que supone la inmersión en el libro. Parece que utilizar la lectura de un libro como un escapismo de las dificultades cotidianas tenga algo de deshonestidad con aquél, no existe mejor posibilidad para los viajeros que sumergirse en ello, dejando la vida en suspenso hasta que el aliento se recobre luego de semejante experiencia. La belleza puede ser un espejismo si la nombramos, pero si la vivimos encontramos la felicidad por los instantes que dura una lectura, sin embargo, las sucedáneas huellas que aquella felicidad deja en nuestro recuerdo, habrán valido cualquier pérdida.  Uno no recomienda una experiencia, Sólo  recomienda emprender un camino para intentar vivir esa experiencia. La felicidad es desinhibida y viene cuando le place. Cuando haya encontrado un espíritu sensible capaz de conjurar a es elector que place en su lecho derribado por el sueño.

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