viernes, 16 de octubre de 2020

 

El reflejo

Jorge Abel Carmona Morales


Fuente de los tritones en el jardín de Aranjuez, Velásquez.

Sé que todos están ahí. Los siento deslizarse únicamente con sonidos y una estela imaginaria que proviene de cualquier dirección se desplaza sin fuente reconocible. Sé que alguien está muriendo y siento un peso del cual es imposible deshacerme pero que me aprieta como si una enorme roca hundiera mi pecho. Ayer, la desgracia vino a mi mente en forma de pensamiento. Esas ideas atacan mi tranquilidad con ciertos matices, con ciertas intensidades capaces de robarme la sosegada vida que llevo dentro de algo. El desespero que me embargó no me soltaba desde la mañana y al llegar la noche ya era incontrolable. El derroche de protección luchaba por no quedarse en el limbo, pero también se desprendía de todo como si quisiera huir definitivamente de una atadura autoimpuesta. La voluntad que había en ello podía despuntar cualquier obstáculo y así llegar hasta los límites de lo impensado sin tener la más mínima noción de aquello. Y volaba en busca de auxilio, pero en la distancia nadie respondía, ni siquiera el silencio de sentirse solo en medio de tanto. Ese llanto del abandono buscaba reconciliarse con su propia incomprensión de algo. Y arriba se erguía una presencia simultánea que salía de cualquier sitio si hubiera referencia para medirlo. Pero la ubicuidad en el mundo de lo incomprendido puede ser una declaración de extravío. Me dieron ganas de abalanzarme en cualquiera de los sentidos posibles, sin omitir el hecho de que no es posible encontrar lo que no tiene lugar. Y mi lugar estaba en la preocupación de la presencia no localizada. La ausencia se hizo prolongada, el vacío de sentir que falta algo no tiene referencia alguna. El miedo aparece por cualquier parte, los peligros de encontrar algo sólo residen en la certeza de no tener nada. Imagino que deambulo con ideas potentes, pero no comprendidas mientras el tiempo labra una nueva manera de llegar a algún lado. En una chispa de esto que trasiega sin rumbo, algún día lloverá una nueva era. Por ahora sueño con darle forma a lo que pienso. Sé que hay alguien por ahí que sufre y no sabe dónde ni cuándo sentirá algo diferente. Las cosas son iguales, los tiempos no tienen lugar, los sentimientos recorren al mismo tiempo todos los lugares. Sé que existe la sensualidad y sé también que alguien habrá muerto por ella bajo el abandono de sus propios temores en la proyección de otro. Lucho por hallar la forma correcta de todo ello y sé que, al acumularse sobre mí, le estaré dando esperanza a todos los que pelean por salir de su propio túnel. La claridad y la oscuridad son el medio de los afectos. Pero si algunos de ellos, sacian los deseos de seguir viviendo la incertidumbre de tenerlos por siempre me desvinculan del mundo. Puedo estar en el lugar de otro y sus ansiedades pueden sentirse a gran distancia de aquí. Con este espacio de tiempo no medible pasamos todos. Estoy en algo y en alguien y ellos están dentro. Lo sé todo. Estoy en construcción en el interior de un número indeterminado de seres que no pueden encontrarse.  No hay nada que tenga la cualidad de esconderse. Ni recodos ni perspectivas claras tienen la preocupación de no ser descubiertos porque las sensaciones viajan descubiertas para que todos las percibamos. Pero la inferioridad de uno de esos sentimientos desborda mi sosiego. Alguien espera y alguien persigue la necesidad de proteger. El imperativo que tiene el vínculo no adolece de la incomprensión. Solo la intuición de buscar aquello que se ha perdido nos mantiene conscientes. El sueño es inferior a la vigilia porque en esta se mezclan los sueños y la naturaleza óntica del mundo. Dormimos para reponer fuerzas, pero despertamos para sentir que el cansancio es uno más de los múltiples sentimientos de abandono. Pienso la idea de la perfección, pero en ella abandono mis ganas de pensar. No necesito entender lo que ya está resuelto. Soy la idea misma, sin cualidades, sin determinaciones.

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