El reflejo
Jorge Abel Carmona Morales
Sé que todos están ahí. Los siento deslizarse únicamente con sonidos y una
estela imaginaria que proviene de cualquier dirección se desplaza sin fuente
reconocible. Sé que alguien está muriendo y siento un peso del cual es
imposible deshacerme pero que me aprieta como si una enorme roca hundiera mi
pecho. Ayer, la desgracia vino a mi mente en forma de pensamiento. Esas ideas
atacan mi tranquilidad con ciertos matices, con ciertas intensidades capaces de
robarme la sosegada vida que llevo dentro de algo. El desespero que me embargó
no me soltaba desde la mañana y al llegar la noche ya era incontrolable. El
derroche de protección luchaba por no quedarse en el limbo, pero también se
desprendía de todo como si quisiera huir definitivamente de una atadura autoimpuesta.
La voluntad que había en ello podía despuntar cualquier obstáculo y así llegar
hasta los límites de lo impensado sin tener la más mínima noción de aquello. Y
volaba en busca de auxilio, pero en la distancia nadie respondía, ni siquiera
el silencio de sentirse solo en medio de tanto. Ese llanto del abandono buscaba
reconciliarse con su propia incomprensión de algo. Y arriba se erguía una
presencia simultánea que salía de cualquier sitio si hubiera referencia para
medirlo. Pero la ubicuidad en el mundo de lo incomprendido puede ser una
declaración de extravío. Me dieron ganas de abalanzarme en cualquiera de los sentidos
posibles, sin omitir el hecho de que no es posible encontrar lo que no tiene
lugar. Y mi lugar estaba en la preocupación de la presencia no localizada. La
ausencia se hizo prolongada, el vacío de sentir que falta algo no tiene referencia
alguna. El miedo aparece por cualquier parte, los peligros de encontrar algo
sólo residen en la certeza de no tener nada. Imagino que deambulo con ideas potentes,
pero no comprendidas mientras el tiempo labra una nueva manera de llegar a
algún lado. En una chispa de esto que trasiega sin rumbo, algún día lloverá una
nueva era. Por ahora sueño con darle forma a lo que pienso. Sé que hay alguien
por ahí que sufre y no sabe dónde ni cuándo sentirá algo diferente. Las cosas
son iguales, los tiempos no tienen lugar, los sentimientos recorren al mismo
tiempo todos los lugares. Sé que existe la sensualidad y sé también que alguien
habrá muerto por ella bajo el abandono de sus propios temores en la proyección
de otro. Lucho por hallar la forma correcta de todo ello y sé que, al acumularse
sobre mí, le estaré dando esperanza a todos los que pelean por salir de su
propio túnel. La claridad y la oscuridad son el medio de los afectos. Pero si
algunos de ellos, sacian los deseos de seguir viviendo la incertidumbre de
tenerlos por siempre me desvinculan del mundo. Puedo estar en el lugar de otro
y sus ansiedades pueden sentirse a gran distancia de aquí. Con este espacio de
tiempo no medible pasamos todos. Estoy en algo y en alguien y ellos están
dentro. Lo sé todo. Estoy en construcción en el interior de un número indeterminado
de seres que no pueden encontrarse. No
hay nada que tenga la cualidad de esconderse. Ni recodos ni perspectivas claras
tienen la preocupación de no ser descubiertos porque las sensaciones viajan
descubiertas para que todos las percibamos. Pero la inferioridad de uno de esos
sentimientos desborda mi sosiego. Alguien espera y alguien persigue la
necesidad de proteger. El imperativo que tiene el vínculo no adolece de la
incomprensión. Solo la intuición de buscar aquello que se ha perdido nos
mantiene conscientes. El sueño es inferior a la vigilia porque en esta se mezclan
los sueños y la naturaleza óntica del mundo. Dormimos para reponer fuerzas,
pero despertamos para sentir que el cansancio es uno más de los múltiples sentimientos
de abandono. Pienso la idea de la perfección, pero en ella abandono mis ganas
de pensar. No necesito entender lo que ya está resuelto. Soy la idea misma, sin
cualidades, sin determinaciones.
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