martes, 20 de octubre de 2020

 

No ahora

                                                                 Támara en la Bugatti


La luna crece. El viento de la tarde baja en ráfagas que amenazan diluvio. El viejo de ruana camina lento por el borde de la carretera estrecha.  Sus pasos desafían la paciencia del reloj. Ellos se acercan. Ninguno de los dos conoce el poder del otro. Una jovencita pasa manejando una bicicleta señoritera con la mano derecha, mientras se acomoda los audífonos con la izquierda. El viejo levanta la mirada y la gira un poco a la derecha. Puede sentir el calor de las almas en pugna, pero no se atreve a mirar más. Unas gotas de lluvia mojan el camino, los pies del anciano se hacen menos hábiles en el asfalto resbaladizo. Han pasado miles de siglos. Ambos aflojan sus ropas y preparan el ataque. La luz termina de abalanzarse sobre el campo. Sobre la carretera afloran miles de recuerdos de los días en que la tierra se había entregado a las furias de la naturaleza. El viejo sigue su paso y se aleja con ese ritmo cansino que los años han coleccionado hasta hoy, cuando estos dos sienten la necesidad de acabar lo empezado. La carretera se parte, el mar a lo lejos cruje como un demonio. Las montañas empedradas se desprenden en rocas que van sepultando parte de este lugar escondido en medio de la nada. El viejo silba. La muerte todavía no lo requiere.

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