sábado, 17 de octubre de 2020

 

Soy Woody Allen

                                             Un día lluvioso en Nueva York, de Woody Allen


“La realidad es buena para aquellos que no tienen nada mejor que hacer con su vida” constituye una declaración de principios de un artista que ha consagrado su vida a la creación, con un estilo propio y con una mirada del mundo desenfadada que refleja en ese humor tan citadino de los intelectuales, enfáticamente de los urbanitas newyorkinos, conocedores privilegiados de las grandes obras de la cultura universal. Se pueden contar numerosas frases cáusticas sobre distintos intereses sobre los cuales Woody Allen diserta por boca de sus personajes entre los cuales giran ciertos caracteres paradigmáticos en su filmografía, pero la diferencia de esta propensión radica en la suma de complejos, de personalidades desencajadas de patrones sociales y de estigmas que comprenden las obsesiones, las ansiedades, los miedos y las valentías de este director, una verdadera leyenda viviente del cine actual cuya frescura no sólo se proyecta a través de los nuevos rostros actorales sino de los temas que se tratan en este filme. Sin ser una obra especialmente destacada, tiene momentos admirables.

La razón de ello consiste en que el director se entrega a esta obra como en el pasado lo hizo con sus mejores películas. Los diálogos son confesiones de las cuales los espectadores ya tenemos una memoria fílmica, sin que por ello melle el efecto encantador de sus personajes, que se encuentran forzadamente en cualquier calle de Nueva York. Sin embargo, la fuerza de las conversaciones de aquellos encuentros entre los personajes, le da un realce superior a la película.  Los tiempos son medidos con precisión y marcan ritmos que van incrementando en la medida que el tiempo transcurre. Con la presentación de cada uno de los personajes avanzamos en sendas conocidas, pero siempre expectantes. Esperamos una frase ingeniosa sin temor de tedios eclosionados de su cine previo. La expresión de sentimientos se subsume por la situación. Por eso las frases que pronuncian esos personajes atormentados por su vida cotidiana, no parten la película entre los acontecimientos y lo qué logran decirles a sus contrapartes.  Gatsby intepretado por Timothée Chalamet es una proyección juvenil de Woody Allen. Ese vagar por la vida sin rumbo y consciente de su superioridad intelectual lo allega a experimentar explosiones críticas de personalidad que lo hace replantear aspectos de su vida complejos pero que se pueden resolver llanamente con una situación consuetudinaria. Los personajes “sencillos” como la prostituta rubia que acompaña a aquel al encuentro con sus padres, ofrece algo de equilibrio ante tanta carga emocional contenida en ese jugador de póker y aspirante a artista, pero sin convicción para lo académico. La confusión de la vida y del embrollo de relaciones en las que se mezcla escenifican la vida del director. Su entorno es el mismo que ha retratado toda su vida; las personas que se encuentra en los cafés de su ciudad, son una transparencia de su habitual estar en el mundo.  Con Su novia Ashleigh, Gatsby ha construido una vida forzada. El llamado de su alma gemela es un llamado de las circunstancias por sí mismas. El forzamiento de afectos conduce a la infelicidad. La sensualidad de Allen, permea las calles, pero aún más, permea los temores de encontrar el amor. Este no es una construcción de la voluntad humana sino una suave brisa que viene bajando hasta encontrarse un día con la persona indicada en cualquier recodo del camino.

Esos encuentros memorables tienen su punto culminante con la madre de Gatsby. Ella le da una lección contándole de su vida pasada, antes de conocer a su padre. Ella había trabajado en los escort newyorkinos y le dice que no hay necesidad de mentirle a sus padres para agradarles. En eso Woody Allen muestra su sabiduría como artista al tensionar las situaciones para exprimirles lo mejor, una frase memorable o una lección existencial que pueda convertirse en una guía para alguien.   Y de su encuentro con el personaje de Shannon, la hermana de su antigua novia, Gatsby aprende que las relaciones se decantan solas por la similaridad de gustos y de apetencias personales. La libertad de la vida se apuntala en las decisiones que se toman. Se  la cambia  en la medida que se puedan dejar ciertas cosas. De los momentos sublimes cada uno se adueña o cada uno lo magnifica de acuerdo con su propia sensibilidad, como la canción interpretada por Gatsby al piano, mientras la antigua niña la escucha y recuerda a su cuñado diferente. En la Nueva York de Woody Allen, los momentos febriles deben aflorar en personajes que exploran las calles en medio de esa lluvia, que en esta película no es un mero decorado si no un personaje más. El más destacado, no sólo por el nombre si no por la reclusión y la exposición de temperamentos a cuya sombra, los hombres y las mujeres que las habitan, desafían para lograr vivir sus vidas que estén a la altura de la Gran Manzana.

“Un día lluvioso en Nueva York” es una enseñanza. Es un canto a la individualidad como lo ha proclamado Whitman. Y en este bosque de hombres, de follaje denso, tenemos la posibilidad de encontrarnos un día, con otros seres afines, pero especialmente con nosotros mismos.

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